domingo, febrero 24, 2008

BREVE ENSAYO SOBRE LA FELICIDAD

Cuando las quimeras más materialistas se nos disparan hacia un incontenible deseo de felicidad, una felicidad indeterminada de un alcance tan inimaginable como improbable, llegamos a desear el golpe de suerte que la fortuna del rodar aleatorio de las bolas de un tambor de lotería, con mucha suerte, nos podría sorprender

Decir que soñar no cuesta dinero es tan cierto como asegurar que hay sueños que no sirven para nada. De lo anterior se infiere que, en esta sociedad materialista (hay otros muchos aspectos que finalmente terminan por fundirse en el materialismo ) en la que nos encontramos, la felicidad que pretendemos, dispone de muy pocas probabilidades para que nos llegue de manera como la inmensa mayoría de los inconscientes mortales deseamos.

En principio deberíamos preguntarnos qué cosa es la felicidad y que tipo de felicidad pretendemos. La felicidad, lo mismo que la infelicidad, solamente se asemejan a un presente y a un futuro. Vivir esperando la felicidad de mañana es como aumentar la infelicidad de hoy mismo, si al propio tiempo, el grado de felicidad que pretendemos, lo consideramos en relación con la cantidad de dinero que tenemos y el que desearíamos tener. Se es o se puede ser infeliz si no somos capaces de ser nosotros mismos. Uno se da cuenta de esa verdad, cuando disponiendo de un cerebro, es capaz de usarlo.

No negaré que, si no se apuesta, no se gana. Pero si es verdad que la pobreza suele mostrarse envilecida, no es menos cierto que, a la riqueza, le cuesta muy poco envilecerse. Creo que la felicidad no está en nosotros, se encuentra cerca de nosotros; entre los que nos acompañan, entre los hijos esforzados, el vecino o el amigo, a tantos desconocidos a quienes procuramos ayudar sintiendo a la vez que esa ayuda que prestamos es casi siempre pequeña. El simple acto de dar, aunque sea poco, encierra más felicidad que el beneficio de recibirla.

La campañas publicitarias que nos muestran el mundo de la riqueza extrema presuntamente ideal, al mismo tiempo nos acercan a la abominable desgracia de tantos millones de desastrados que intentan vivir envueltos en la desesperación, lo interpretamos como para conformarnos, no con nuestra felicidad, más bien con lo que cada uno de nosotros posee en el sentido material.

Por mucha pretensión que encierre el humanismo, siempre sigue siendo lo mismo; todo es siempre demasiado o demasiado poco, cuando en realidad la proporción de bienestar, para todos ellos, debería ser justo lo imprescindible para una vida digna.

Sentirse feliz es más fácil cuanto más se da; aunque en muchos casos sea poco. Un poco que, al propio tiempo, dependiendo de cada situación personal, pude llegar a significar mucho.

Y ahí están las guerras. ¿ Cuántos puestos de trabajo, cuántas escuelas, cuántos hospitales, se podrían construir con la ingente cantidad de dinero que se emplea en mantener la pretendida soberanía de nuestras desarrolladas naciones, para, con un pretexto de libertad, destrozar las sociedades que integran a otras naciones que no siempre piensan como nosotros.?

Todas las urgencias y necesidades de la humanidad deben ser cubiertas por la propia humanidad.¿Se imaginan a cantidad de problemas que podríamos llegar a resolver desde nuestra indiferencia humanitaria si cada uno de nosotros, destinará solamente un euro al mes, con destino a paliar esas inhumanas, dramáticas, situaciones finalmente tan ofensivas

O vamos a seguir siendo del todo intransigentes, los unos y los otros, los del norte o los del sur, los blancos o los negros, hasta acabar de destrozar este planeta azul, el cual por cierto, está perdiendo su rica, heterogénea y rica potestad, por nuestra incapacidad de resolución. Que nos pillen confesados.

robertbores @hotmail.com

DECÍAMOS AYER

Permítanme amables lectores que emplee hoy después de tantos años, la significativa, consistente y la vez ejemplar expresión pronunciada más allá del año 1576, con ocasión de su regreso a la Cátedra, por aquel maestro insigne después de abandonar la prisión en donde permaneció durante cinco largos años, con motivo y por causa de la ausencia de la verdad de las conclusiones a las cuales llegaron los integrantes de la Inquisición. Frase que sin ninguna duda les recordará a uno de los más íntegros, eminentes y humanistas, personajes de nuestra civilización, el conquense Fray Luis de León; “dicebamus hesterna die “

Permítanme decir también, decíamos ayer - no con motivo de mi modesta cultura - si no más bien por el simple hecho de encontrarme en la última etapa de mi constante caminar hacia la propia muerte. Un duro camino, no por la lucha contra el mundo, por un afán de lucha contra mi mismo.

Decíamos ayer que la información debía estar cubierta de verdad. Mas tarde nos han dicho que deberíamos leer más. Después de muchos años de lectura nos dijeron, que... no entendíamos aquello que leíamos. Y todavía más tarde, nos han dicho que deberíamos leer entre líneas. Llegados a este extremo entendemos, inevitablemente, que si hemos de leer entre líneas, nos están diciendo mentiras. Nos están mintiendo.

Disponemos de tanta información que, en medio de tantos informadores, no conseguimos llegar a saber quién dice la verdad. O la verdad a medias. Recordemos ahora, lo que Tácito dijo; “se acaba creyendo todo lo que no se comprende.” Nadie se pone de acuerdo. El tiempo transcurrido hará más tarde, que aflore la verdad cuando ya no sea valida ni pertinente, cualquier posterior decisión. Los que gozaron de más información en el justo momento de los hechos, sólo podrán decir; nos lo temíamos. Pero ya no podrán, en el supuesto caso de haberlo intentado, tomar decisión alguna.

Es por esta razón que deseo recordar “ la emotiva carta al Director” aparecida hace ahora cinco meses en el Semanario ( con el que colaboro y que no creo necesario citar por motivos evidentes) , de un abuelo, vamos a decir como yo, la cual comunicación podíamos aceptar como un verdadero ejemplo de la más arriba, citada expresión; decíamos ayer...

Un ayer basado en la fidelidad a la esposa, a los hijos, a los nietos y por extensión a los amigos, a los colegas, a los colaboradores, a los compañeros. Pues bien, decía que no podía llegar a entender, la profusión de la tan conocida expresión hacer el amor y lo escribía con la sugerencia implícita de que, hacer el amor hoy, no tiene nada que ver con el acto corporal al cual se refiere.

Sabemos demasiado. Hemos pasado sin transición de la ignorancia más rancia a la inteligencia más suprema y como casi siempre nos sigue faltando el sentido común. La generalización de la morbosidad, la falta de formación, como a la vez la pretendida libertad de expresión, nos llevan a episodios tan faltos de perspectiva y dignidad como se vienen sucediendo diariamente.

De otra parte la publicidad nos anega cada día. En este punto si que se hace imprescindible regular el derecho a la intimidad, o acabaremos por ignorar, cada vez más, sus alocados mensajes, un proceso que se evidencia cada día que pasa.

Los jóvenes de hoy, desde su indeterminado ego, salvo en determinadas posiciones, se mezclan en un proceder de ilusa felicidad que les arrastra al botellón, cosa por otro lado incoherente a demás de estúpida, que no les hará nunca felices, mientras les deshaga el hígado. Lo romanos ya adoraban a Baco; el dios del vino.

Estos imberbes de hoy, no deberían considerar insignificantes las respuestas de sus padres, aunque en muchos casos disfruten, por el esfuerzo de los propios padres, no se olviden, de una formación supuestamente superior. Por que no toda la falsa sabiduría de hoy mismo es suficiente para tomar decisiones, que en ciertos momentos pueden asumir. Se trata solamente de interpretar el mensaje, un mensaje casi siempre diferente de un interlocutor a otro, sobre todo cuando las vicisitudes vividas por unos y otros, situadas en tiempos diferentes, niveles diferentes, de ideas poco claras que han surgido de complementos no verificados por la experiencia personal, la realidad y el sentido común. Conviene no olvidar que, el hombre, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Otro sí, las izas, rabizas y colipoterras, en la antigua Roma, ya señalaban sus áreas marcadas con piedras de colores, la dirección de sus prostíbulos públicos. No existe nada nuevo.

El ayer, cuando nos hacemos mayores, no en edad, más bien en conocimientos, nos propicia el momento de aceptar que, definitivamente, no llegamos a saber ni siquiera la mitad de lo que hemos aprehendido, debido a la variabilidad de las circunstancias, tan variables que no siempre corresponden a perspectivas tan esperadas y tan ansiosamente deseadas. Una realidad realmente sorpresiva, una realidad que se entiende a toro pasado, cuando ya no es real.

Fray Luis de León pasó por lo que pasó, por ser el que fue, por su dignidad, sabiduría y fortaleza. Todos sabemos, o deberíamos saber, que hay que ofrecer el corazón. Solamente debemos ofrecerlo del mismo modo que ofrecemos nuestras manos; bien limpias. Decíamos ayer.

robertboresluis@hotmail.com