jueves, julio 17, 2008

VOCABULARIO, EN, BROMA ,DE, UN, DICCIONARIO, DIARIO

ANEMIA: Decisión extremadamente lenta que tomamos, cuando no deseamos ir acompañados, hacia un lugar previamente determinado.
BOMBILLA (de bajo consumo) : Especie de artilugio de cristal que una vez reduce el consumo de kws hace que la Cía. de suministro eléctrico, suba las tarifas.
BUZON: Trasto de metal en la fachada el cual llena de papeles, quien quiere, cuando le da la gana: sobre todo con publicidad.
CAMARA-DAM: Componente, integrante de un numeroso conjunto de colegas muy ilustrados, que en lugar de botellón, se han pasado a la cerveza Dam.
COIN-CIDENCIA; Intento osado por introducir cualquier moneda en la máquina tragaperras.
CRISTALERA: Puerta o ventana de cristal que puedes romper sin ningún problema si la rueda derecha ( o la izquierda) de tu coche, pisa una piedra en dirección perpendicular, a la fachada más cercana.
DIÓ-GENES: Antiguo a.t.s., del cual se piensa que fue propenso a la fecundación asistida.
ESTATUTO: Conjunto de normas propuestas a un estado central, las cuales sin ser aprobadas por nadie, han sido exigidas por otras comunidades autónomas. Y como no; aprobadas.
FUTBOLISTA: Atleta capaz de dar dos vueltas de campana luego de marcar gol desde fuera del área, pero incapaz muchas veces, de marcar un gol de penalty.
GENIO: Hombre al que, del buzón, se le han desprendido las letras EU.
HIPER-TENSO: Supermercado lleno hasta los topes, un viernes por la tarde.
INVOLU-CINISMO. Tendencia dirigida al incremento y desarrollo de un proceso de cinismo que, un consorcio, un ayuntamiento o bien un grupo financiero, se empeña en negar, a pesar de que todo el mundo, lo ha oído en los telediarios.
I.R.P.F.: resumen de un IPC que, al final del año, te ha restado una paga.
MEA-PINOS: Conductor de automóvil que siempre prefiere las carreteras comarcales, antes que cualquier autopista, no por nada especial; por los pinos.
MES-ENTERIO: Mes que se hace económicamente difícil e interminable.
NACIDO: Bebé que viene a la vida y su intención no ha sido.
ORDENADOR: Aparato electrónico de sobremesa que permite a un ignorante escribir un email sin necesidad de conocimientos gramaticales y mucho menos ortográficos.
PENSANTE: Especie de hombre de tendencia economicista, que solo piensa en color amarillo.
POLITICO: Gestor incapaz de encontrar soluciones pero capaz de solucionar toda clase de problemas, a niveles aparentemente equitativos.
PORTA-NUEVAS: Amigo que se hace presente en tu casa, acompañado de otro amigo común, desde que te regaló una botella de Chivas Regal, el día de tu onomástica.
PUTADA: Acción de la rabiza que se dedica a la prostitución por que no tiene trabajo, pero que no da el callo; nunca..
QUO VADIS : Qué mal te sienta el agua chico, anda que...
REBAÑO: Conjunto de animales de la misma especie que se crían y pastan unidos, especialmente si son bien bestias.
SALIDA: Lugar estratégico de paso obligado, para los que entran...
TOME POR: Spot publicitario enmascarado en las Ferias de los pueblos a fin de hacer crecer la venta de calzoncillos, bragas, tangas y bañadores.
TRANS-CURSO: Tramo de una calle que no se termina nunca debido a las traviesas.
URBANIDAD: Concepto muy extraño, incapaz de evitar un giro a la izquierda, muy a pesar de que figure perfectamente indicado, por la señal de tráfico correspondiente.
VESTIGIO: Fundamento o realidad, que se puede encontrar en cualquier calle, de la celebración la noche anterior de un botellón, por la cantidad de cristales y otras olientes menudencias; propias de los llamados seres humanos.
XENO-FOBIA: Dolor inesperado que se sufre en la rodilla derecha o izquierda indistintamente.
YODO: conocido como elemento que se usa para desinfectar y para curar las glándulas, sin posterior seguridad de evitar una inesperada diarrea.
ZETA: Ultima letra del diccionario español que ha conseguido hacer famosa a la esposa de un conocido cineasta americano.

RobertBoresLuís
15-07-2008

EL JINETE DEL PERCHERON

En el caluroso recinto ganadero, polvo y calor, rodaban juntos. Mientras aguardaba la llegada de los dos personajes hasta ese momento desconocidos, un abejorro con un zumbido velocísimo que había de retornar por tres veces en un ensañado acercamiento, rozó su oreja. Sorbió otro poco de agua, cuando su vacío estómago aflojó la mordedura durante un segundo, sus ojos, se nublaron brevemente.
Luego de la dilatada espera, se le acercaron dos hombres; uno de ellos se protegía del sol con un viejo paraguas, por cuya negra tela asomaba una de las varillas totalmente aguda y solitaria. El otro, algo más viejo, vestía un raído y negro chaleco, brillante por debajo de conde se suponía deberían estar las solapas. Sobre el dedo anular de su mano derecha, un grueso sello de oro, atraía las miradas codiciosas de la gente a su alrededor.
La pareja de viejos, delante del muchacho y a prudente distancia, hablaron entre ellos sin alejar sus escrutadores ojos de la sudorosa figura del chico. Después de acercarse, el del paraguas, habló;
---,Buscas trabajo?- preguntó
---, Si, contestó el joven.
---, Te llamas Virgilio.?
--- Si, Virgilio.
Los adultos cruzaron sus miradas, sin dudar de la confirmación de las aseveraciones del chico, aceptando convencidos que se trataba de la persona que habían esperado encontrar.
---, Sabes montar ? – preguntó el del grueso anillo –
---, Si, he montado algo.
---, Por caminos de montaña ?- insistió el anillado.
---, Por todas partes.
---,Sígueme,- le indicó el del paraguas mientras volvía su inquisidora mirada hacia su compañero francés, que al momento asintió con un breve movimiento de cabeza. El chico les siguió hasta cobijarse los tres bajo las tablas de la supuesta terraza del chamizo que hacía las veces de bar.
---Tienes hambre ¡eh! Chico, habló el del chaleco negro, con su deje afrancesado ¡ nes´t pas !
A continuación, la pareja, tomó una pinta de cerveza, pues aparentemente, no tenían apetito. Virgilio intuía que, a pesar de su aspecto menesteroso, la presencia oronda y reposada, les confería una apariencia de gente adinerada. El grueso sello de la mano del francés, así lo confirmaba. Asimismo, su compañero, lucía una gruesa cadena de plata, la cual rodeaba su abultado estómago, para perderse en el bolsillo de la raída camisa. Sin duda, el reloj de plata también se alojaba allí – pensó.
Apareció el mozo del chamizo. Se hizo presente portando en una mano, un hondo plato de humeantes garbanzos bañados en salsa de tomate, mientras en la otra mano, una cazuela con hígado encebollado la cual, en un gesto de agradable sorpresa, dilató los ojos del hambriento Virgilio. La pareja sonrió con ironía ante el ansioso deglutir del muchacho, el cual les observaba en silencio, sonriendo a su vez, sin asomo de inhibición alguna.
Después de saciar su apetito, la pareja que le había esperado pacientemente, le indicaron que les siguiera. Caminaron sin prisas a lo largo de la polvorienta calle, hasta detenerse al final, ante un cercado de cuatro paredes de anchas y astilladas tablas. El hombre del paraguas escaló el lomo de un enorme percherón pié calzado de ancas carnosas y recias patas. El francés hizo lo mismo, saltando con una agilidad inusual en un hombre de su edad, sobre un caballo español castaño de largas crines. Virgilio cabalgó la tercera montura, una mula torda, alta, fuerte y nerviosa.
Se orientaron a poniente, mientras el sol sobre sus caras, les obligó a parpadear. Se alargaron en un trote alternativo, ora al paso, ora al trote de nuevo, sin querer permitir el galope que las monturas demandaban. El camino aparecía cada vez más estrecho. A medida que subían el piar de las bestias se sentía más sonoro y persistente. El percherón y el español comenzaban a sacar una blanca espuma por sus humedecidas bocas.
En el momento de llegar a un antiguo caserío escondido entre frondosos árboles dos robustos esbirros, como aparecidos de la nada, desprendieron en silencio de las monturas, las sillas con sus bridas y ceñidores. Para entonces ya había oscurecido sin que las voces ausentes intentaran alterar el seco silencio.
Sentados enfrente de espaciosa y ahumada negra chimenea, los dos que al llegar no habían necesitado demostrar ser los jefes, comenzaron a explicar al joven Virgilio, con toda clase de detalles, el trabajo que debía realizar al amanecer. Saldrás de madrugada con el percherón y la mula -sonó la voz afrancesada - Los sacos no hace falta que los toques. Cuando llegues arriba, señalando con un gesto de su mano derecha la posición de la montaña, - te los descargarán – Cuando te los hayan descargado – ya puedes volver – Cada día tendrás que hacer el mismo trayecto, ¿lo has entendido? – preguntó la segunda voz – Te pagaremos trescientos euros diarios por cada viaje. A Virgilio se le abrieron los ojos desmesuradamente, pero la oscuridad de estancia iluminada escasamente por el reflejo de las llamas de la chimenea, no le supuso ningún problema, aunque había temido ser mal interpretado por los traficantes, en el sentido de la generosidad de la compensación por una tarea, que en su fuero interno, le parecía un trabajo más que sencillo.
Después de una comedida cena, lo acomodaron al fondo de la caballeriza, justo al lado del pajar. A Virgilio envuelto en una vieja manta, le pareció entre sueños, que sobre el tejado de madera, alguien trajinaba hasta altas horas de la noche, bien que el mullido colchón de paja terminó por propiciarle un sueño confortable.
De madrugada, en el trasluz de la cuadra, la mula y el percherón cargados con sacos, mordían el hierro del bocado. Se levantó de un salto para salir afuera. El frío del amanecer se le filtró en los pulmones hasta aclararle su espeso y adormecido cerebro. Comenzaba a clarear. Uno de los fornidos, mientras el otro seguía sin articular palabra, le aconsejó que dejara ir al percherón hasta que se detuviera, en tanto que Virgilio, cabalgara la mula con menos peso. Solo tienes que dejar a la mula que siga al percherón, y dicho lo cual, le hizo entrega de una bolsa de piel de cabra, llena de víveres para hacer frente a larga travesía. El camino es largo, le insistió.
El joven jinete azuzó al caballo y de inmediato la mula detrás le siguió, atravesando la era por delante de la masía. Llegados al extremo, el caballote se encaminó por un estrecho sendero, arriba y más arriba, sin prisa, sin cansancio, con un esfuerzo mesurado, sin duda por el continuo entrenamiento de la noble bestia.
Durante cuatro horas, monturas, sacos y jinete, cruzaron bosques, lomas, y cañadas. Virgilio obligado a agacharse por debajo de las ramas, en más de cuatro ocasiones mientras apretaba las rodillas, para evitar una caída inoportuna. Los sacos suavemente, en numerosas ocasiones, cimbrearon. Cuando las cabalgaduras se detuvieron, de manera inesperada, se hicieron presentes dos individuos. Apostados uno al lado del otro, si bien el más joven, permanecía encaramado al árbol que protegía al primero. Descendió el de arriba inmediatamente con la intención de ayudar en la descarga de los sacos, en un acto apresurado y definitivo. Ça va ! solamente llegó a oír Virgilio sin tiempo de desmontar. Au revoir !
La mula giró la grupa, mientras al sorprendido Virgilio, le pareció oír un rumor, algo parecido a un lejano retumbar de un potente motor, un diesel o tal vez un tractor.
Algo más tarde, las bestias, abrevaron en un estrecho riachuelo. El ansioso muchacho, que no cesaba de preguntarse qué relación debía tener el retumbar de aquel lejano motor, con la rápida huida de los estibadores, de lo que pensó que debería ser la tan estimada y – para él, - desconocida carga, aprovechó para comer alguna cosa de entre los desconocidos alimentos que seguían dentro de la bolsa de piel. Hizo por sorber directamente de la botella de vino, cuando el caballote, casi le moja los pies por causa de la espatarrada y abundante necesidad fisiológica de aquel gran meón. Luego de saciar el hormigueo de su estómago, se montó en el percherón, cuando el esfuerzo le provocó un eructo grosero.
Al llegar a la masía ya había oscurecido, pero sin apreciar su silenciosa presencia cobijada entre las sombras, se topó de cara con los ocultos centinelas. De inmediato, sin preguntas ni respuestas, los celadores abrieron las puertas de la cuadra
A los dos viejos, durante largos meses, no volvió a verles. Virgilio siguió recorriendo su largo camino de montaña, para depositar cada vez más sacos, allí arriba. En una ocasión le pareció oír una explosión lejana, semejante a una detonación amortiguada que, al sentirla tan alejada de su ruta, no llegó a preocuparle.
En las noches que libraba, seguía contando el dinero que le pagaban sin dilación y diariamente, los dos ganapanes encargados de las cuadras y del llenado del desconocido, para Virgilio, contenido de los sacos. La bolsa de piel, algo menor que la de los víveres ya contenía más de sesenta mil pesetas. Junto a un chaleco negro sobre la espalda ya calzaba altas botas de montar. El próximo mes esperaba poder comprar un anillo de oro, como aquel tan grueso que lucía el francés.
Pasaron los días, y un atardecer, cuando terminaba de llegar a la cota más alta, ante su sorpresa, surgieron tres hombres de un bosque cercano. Allez ¡ Allez! - le gritaron – conminándole a huir, sin la posibilidad de montar el percherón cargado con los abultados sacos, cuando le pareció conocer al tercero más alejado. En tanto que huían, no pudo evitar sentir una sensación desconocida, muy desagradable, de un repentino estremecimiento de peligro inmediato. Algo silbó cerca de su cabeza, algo parecido a aquel abejorro que, encarnizado, se le había acercado el día que conoció a los dos viejos, pero todavía más ruidoso. Las cabalgaduras, instigadas por su instinto natural, huyeron con un nervioso trote.
Horas más tarde, en el momento de llegar a la casona, los vigilantes le llevaron a la presencia del francés. Este, que yacía en un rincón del salón sobre un sofá desmantelado, protegido por la penumbra, le pareció a Virgilio que mostraba un aspecto raro, como si estuviera enfermo. El tétrico rostro del abuelo, aparecía envuelto en una extraña palidez cuando, levantando la mano en un gesto lento que asemejaba un saludo, mostró bajo su pecho una grande y humedecida mancha de color granate, la cual le cubría gran parte del abdomen. Garçon ¡ - llegó a musitar – “ il faut de ne pas continuer. “
Al día siguiente, antes de salir el sol, abandonaron el refugio todos. Virgilio con la bolsa de piel de cabra repleta de billetes, los compinches, el del paraguas roto, que conducía el furgón con el herido en su interior, sentado a un lado de la trasera del vetusto cacharro.
Llegaron a un amplio cruce, un lugar desierto en dónde Virgilio y uno de los mozos, fueron obligados a apearse. El resto continuó hasta perderse entre el trasluz polvoriento del camino.
Antes de despedirse, el francés con un lento jadeo, preguntó;
---, Virgilio, - ¿te vas contento?
---, Si, respondió el jinete del percherón, mientras apretaba la abultada bolsa.
---, Si hubieras robado tan solo un saco, ahora, tendrías diez veces más...
Virgilio, con un gesto enigmático, sonrió. Hablar de honradez ¿ para qué?. ¿ No se había cruzado con mucha suerte por cierto, aquel gabacho, en la trayectoria de su tiro ?


Robert Bores Luís
P.de A. 5-12-96
De “ Mis cuentos rurales “

PILOTOS DE REACTOR

Nadie podía dudar de su reconocida técnica de vuelo. Ni tampoco de la habilidad que se mostraba tan evidente, durante su vuelo descerebrado, en un claro reto a la ley de la gravedad.
Félix, general de aviación, en la reserva a pesar de su juventud, era de la opinión, compartida por otros altos mandos, que no era posible imaginarse volar de aquel modo tan arriesgado.
Mientras seguía leyendo el diario y a la vez observando a los dos jóvenes pilotos, volvía a sentir la presión de la adrenalina que le revolvía la sangre, junto al huracán de las turbulencias, que el viento producía por sobre el fuselaje de los dos reactores.
Cuántas veces había sentido el ruidoso rumor, envuelto de precisión y de seguridad, durante los largos años en que se mantuvo en activo hasta terminar condecorado y ascendido, antes de pasar a la reserva como instructor de vuelo.
El zumbido uniforme y al mismo tiempo ensordecedor, que los pilotos Camos y Quimos, los dos experimentados aviadores, en el momento de cruzar a media alzada cerca de general, no le producían un sentimiento de envidia profesional, pues se encontraba por su reconocida profesionalidad, muy alejado de esa frustración infantil. No obstante comenzaba a sentir que, dentro del corazón, le nacía un raro y embarazoso resquemor hacia los dos osados.
El anormal proceder de esos dos únicos pilotos le producía una absoluta desaprobación personal, como también su inusual comportamiento el cual no podía aceptar, hasta el extremo de considerarlos inconscientes.
No se podía volar como lo hacían o mejor, no se debía arriesgar sin mantener presentes las normas más elementales, con la actitud por otra parte, de desprecio hacia los juiciosos observadores de tantas más arriba señaladas y supuestas heroicidades. En un espacio tan reducido, mach uno, mach dos... era una locura.
Esto no obstante, a pesar de las estrictas normas de navegación, Camos y Quimos seguían con su particular, vesanía por delante de su General, ora persiguiéndose, ora en línea recta para descender en picado, ora describiendo un lazo, para continuar enervados en un vuelo recto y horizontal, a ras de suelo. Sin transición, hacia una trayectoria semicircular, en un vuelo invertido con un “looping “ final, seguido de un movimiento alucinante, inesperado, impensable de todo punto imposible.
En tanto que, el General seguía pensando en la necesidad de una inmediata intervención, los aguerridos pilotos empezaban a entender que, al joven General, se le acababa la paciencia, que les mandaba como una proyección anímica, como un proyectil fallido, pero un proyectil en definitiva. Lo sentían con desprecio, pues el general en la reserva, ya no constaba para ellos.
Continuarían volando como lo hacían el tiempo que quisieran. Nadie los podía parar, mucho menos en un día de visibilidad absoluta. Por eso mismo, viraron los dos, en un giro inesperado y estremecedor, enfilados hacía la posición del paciente mando. Mach uno, mach dos, mach tres, ¡ ruuaam !
Camos y Quimos, en dirección contraria, uno contra el otro, saludándose en el momento de cruzar en el mismo plano, mientras en el cerebro del general hervía la risa estridente de los dos navegantes. Con desprecio hacia todo aquello que significaba o podía llegar a significar, la dignidad del general para los dos pilotos suicidas, ya no tenía ningún valor. Todo iba bien; combustible, visibilidad excelente, fuerza del viento cero, cabina estabilizada.
Mach uno, mach dos, mach tres, ¡ruuaam !. Camos delante, Quimos detrás, no llegó a entender que le sucedía al compañero. Solamente le vio descender ligeramente, como tocado, sin llegar a ver de que manera caía en picado. Delante del morro, parecido a una nube amarilla, la luz opaca de un cristal amarillo, que ya había visto un segundo antes, le cegó. Mach uno, mach dos.. ¡Crash!.
El General, harto de tanto y tanto abejorro, de vuelo amenazador y temerario, hacía un segundo que acababa de pulsar la válvula del aerosol insecticida; como, sin duda alguna hubiese hecho, cualquier otro mando responsable.

Robert Bores
P.de A. 6-09-96
De- Mis cuentos rurales-

UN ENCUENTRO DESAFORTUNADO

Desde la muerte de su muy estimado marido, la señora Luisa, no había vuelto al pueblo en donde nació hacía cincuenta años. Las tierras de la heredad las trabajaba un labrador amigo de la familia.
El labrador llamado Ernesto, un hombre de mediana edad que seguía soltero, padecía una otitis que en el transcurso de los años, a pesar de que los médicos le habían pronosticado que no era una enfermedad grave, fue perdiendo el oído hasta no conseguir oír nada.
El llamado Ernesto acostumbrado a leer los labios de todos aquellos que se le acercaban para saludarlo. respondía siempre lo mismo.
---,Buenos días Ernesto – leía en los labios – y enseguida respondía atento y educado, - igualmente los tengan ustedes. –
Una tarde del mes de Septiembre, encontrándose en la propiedad, un huerto que para complacer a la señora Luisa la propietaria, lo cuidaba como si de un jardín se tratase, se encontraba limpiando el camino, cerca de la verde higuera. Un rosal, de lado a lado, perfilaba la idílica entrada. Las margaritas crecían para lucir fragantes.
Hacía años que, la señora Luisa le pagaba un escaso sueldo, por eso pensaba en dejarle el huerto y el jardín en propiedad, pues la dedicación y entrega de aquel hortelano amable y voluntarioso, se merecía una compensación, un premio por su amor a la tierra.
Esa fidelidad del inalterable recuerdo de la melancolía producida por la ausencia de su estimado marido que como en otras ocasiones, se le hacía presente y dolorosa cada vez que su nieta, la cual seguía viviendo en el pueblo, le describía la belleza del huerto que las flores habían convertido en jardín, le preguntaba – ¿abuela, por qué no vamos al jardín -?. Hoy hace un día maravilloso. Podríamos coger un ramo de rosas para que te las lleves.. Es demasiado tarde. Hace demasiado calor... repetía la abuela con el fin de evitar los dolorosos recuerdos que, a pesar de los años, no conseguía olvidar.
Por fin en esta ocasión, la abuela, la nieta, su tía y una vecina, decidieron acercarse para conseguir unas tiernas flores. Paseando, ungidas entre los distintos perfumes de cada una, desacreditaban los aromas de la naturaleza que por fin las envolvía.
Habiendo llegado, el jardinero, que se encontraba situado bajo la frondosa higuera, alzó la cabeza mientras se enderezaba, sin conseguir leer los labios de la inesperada propietaria, la cual como saludo dijo;
---, ¡ Qué higos más tiernos ¡- sin recordar que en Septiembre, las dulces brevas, suelen abrirse.
El siempre atento jardinero, con una risa impensada contestó:
---, ¡ Igualmente las tengan ustedes !
---,¡ Mal educado ! – gritó enojada la señora Luisa – volviendo de inmediato ante la sorpresa de sus compañeras, hacia el pequeño pueblo.
El jardinero, que seguía soltero y sorprendido, en un suspiro, sólo fue capaz de decir:
---, A las mujeres... no hay quién las entienda.....

Robert Bores
P. de A. 13-12-1996
De – “Mis cuentos rurales”.-

CARPE DIEM

Marcial, poeta latino español, decía. Creedme, decir vivir no es de sabios. Mañana es demasiado tarde; ¡ vive hoy ! Esta sentencia encierra como suposición lo que sigue; ¡ tempus fugit !. Nos alecciona en el sentido de aprovechar todos y cada uno de nuestros latidos.
Podemos entender el valor de este sabio consejo, si comparamos nuestras vidas con el plácido transcurso del tiempo pasado, sin parangón con el nuestro acelerado presente.
Es bien claro que, la posibilidad de realización personal lleva incluido, un concepto de tiempo alambicado y a la vez dilatante. Pero, en el universo interdependiente en el que vivimos, correr por correr, no tiene ninguno sentido; si no pilotamos un fórmula uno. El tiempo es ajeno a nuestro concepto de edad y vida; es el que es, no el que esperamos.
Aceleración es igual a desgaste y casi siempre a avería. Ritmo vital no significa velocidad punta, bien al contrario, significa velocidad de crucero. Nuestro motor es un motor de válvulas cardíacas, con escasas posibilidades de recambio.
Aprovechar el tiempo ha de interpretarse conscientemente, sin aceleraciones extremas, sin frenazos bruscos, para conseguir vivir con serenidad. Desear ignorar la inopia de la mayoría cotidiana, encaminada a un fin exclusivo sin tener en cuenta otras prioridades vitales, es el principal motivo del recorte de la certeza.
¡ Festina lente ! dijeron los antiguos. Detengámonos cada día, aunque sea unos minutos, para extraer, de los componentes de nuestra audacia, la realidad más pura. Evitemos correr en exceso, ese exceso recurrente que en lugar de avanzarnos el reloj, conseguirá detenerlo.
Nuestra vida es una novela con un ritmo y un tiempo, el número de páginas escritas, nunca llega a ser tan determinante. Si lo hacemos así, nuestros errores de precipitación serán reducidos, nuestra vida, en gran medida, se verá enriquecida. No vale la pena correr. Las autopistas suelen terminar en caminos desiertos. Un buen consejo. Daniel Auber ,dejó escrito: “ Envejecer es la única manera de vivir mucho tiempo”
Llegados a este punto y con el debido respeto, ruego al lector que se digne leer el epigrama confidencial, escrito por un escritor que casi nadie conoce: Robert Bores y Luís.
“ Nosotros somos las saetas exactas del tiempo de la esfera de nuestra vida que mueve el relojero más inteligente. “
Pero sabe, amigo lector, cual es el mejor consejo.? Corra poco, pero créame ; no se pare nunca. Y recuerde que, la tortuga con la lentitud de su tesón, avanzó a la liebre.
Robert Bores
28-11-1996

EL ENTUSIASMO POR EL TRABAJO

Es la historia de un hombre, de un bedel de una importante empresa química. Cada mañana recogía el correo, lo clasificaba y lo entregaba en Dirección. Regresaba a Recepción y tomaba su primer café. Por la tarde se tomaba otro.
Por la mañana, alrededor de las diez horas llegaba el Director, un apuesto joven treinta añero, de incisiva mirada gris, apuesto y elegante, de andar resolutivo y ademán triunfador. Llevaba cinco años ocupando el cargo.
El recepcionista, al verle llegar, después de saludarle, decía a la telefonista de Recepción. ¡ Ese sí que gana dinero !. La joven y morena empleada, lanzaba así, su primer suspiro matutino.
La ambulancia, inesperadamente, llegó una calurosa tarde. Ante la impertinencia de la estridente sirena, el ujier, para facilitar el paso de la larga camilla, abrió de extremo a extremo la puerta de cristal de la espaciosa entrada. Un médico, seguido por sus dos camilleros, subieron y bajaron del tercer piso en donde estaba situada la planta de Dirección, y con extrema rapidez, introdujeron en la ambulancia el cuerpo del joven; Director de las áreas industrial, farmacia, y cosmética.
La sirena sonó de nuevo, en tanto que la blanca ambulancia, se alejaba abriéndose paso entre motos y coches.
El bedel, con un historial de treinta largos años en el mismo puesto, movió la cucharilla hasta endulzar, su acostumbrada segunda taza de café. Para entonces ya había vuelto a cerrar la amplia puerta de cristal. Luego, al ver a la telefonista llorar desconsoladamente, exclamó :¡ Esta Empresa !
Un minuto más tarde, con una actitud más pensativa, añadió: ¡ Si no fuera por mí !

Robert Bores y Luís
P. de A. 8-01-2004