sábado, marzo 15, 2008

DINERO FRESCO

El tuerto, impulsado por la prisa que solamente el siente, prisa ignorada por los que viven en su mismo techo, empuja la puerta de la oscura bodega, casi violentamente.
Su ojo derecho se nubla ante la penumbra hasta quedar opaco como su ojo izquierdo, oculto bajo el sucio esparadrapo que lo cubre. Duda por un segundo y sin apenas ver, se precipita al fondo de la pequeña bodega familiar, mientras se apoya torpemente sobre las frías barricas de pesada madera. Antes de llegar, algo como un rumor invisible, se mueve sorpresivamente rápido. Pero el saco está allí, tras una de las barricas, negro y enmohecido. Lo palpa, lo habré y sacando un fajo de húmedos billetes de su también negra faja, lo arroja atinadamente dentro de la vieja sarga.
A continuación un chaparrón de monedas de distinto valor, que ha rebuscado en el fondo de los bolsillos, rebota sobre el papel con un chasquido apagado, como una lluvia extraña, metálica al final. Sacude el saco. Se aleja y al momento, retorna presuroso por la duda impuesta por ese mismo acto, que se le antoja mezquino, pero que deja y mantiene oculto su secreto. Ocultación que no excluye a sus más allegados; su propia familia.
¿ Cuánto dinero lleva ya recogido ?- se pregunta- No ha tenido ocasión propicia para contarlo. Más, la última vez que lo manoseó, mal y confusamente, fueron cinco millones. ¡ Cinco millones ! – exclamó sorprendido - ¿ Cuánto será eso ?- se pregunta – incapaz de valorar la real importancia de la cifra. Sin son millones es mucho dinero, termina por decirse sumido en su inconsciencia que, la avidez sentida, traduce en su cara en una turbada expresión. Y al segundo siguiente, sin conocer la causa que lo produce, comienza a sentirse angustiado por un nervioso temblor, consciente de que puede perderlo todo.
Anegado por un ramalazo de brusca realidad, violenta y contradictoria, merodea ante la puerta de la estrecha bodega pensando en ocultar el dinero en otro lugar más seguro, más escondido. Un dinero que, la sana costumbre de ganarlo, le acostumbró a la insana necesidad de no gastarlo. ¿Y si lo ingresara en un Banco ?- se pregunta de nuevo- pensando angustiado en la posibilidad de regresar a la bodega un día y encontrarse con el saco vacío.
A las diez horas de una lluviosa mañana del mes de Enero, el empleado de un Banco que no llegó a identificarse por razones obvias, sacudió el herrumbroso picaporte de la rugosa puerta , de la casa del anónimo tuerto, con la intención de convencer al pretendido cliente de la necesidad del traslado del dinero por si mismo, -pues dijo- que el Banco no podía hacerse responsable de un ingreso que no fuera entregado directamente en su Oficina. Piense que estamos hablando de un 7%, un siete por ciento-repitió-
El empleado de banca seguía esperanzado la decisión del tuerto, pensando en la posibilidad de que sus jefes valorarán la cualidad de su gestión. Si bien el tuerto, mirando hacia arriba extrañamente, con su ojo derecho extraviado, parecía temer la inoportuna presencia de algún miembro de su familia, ajeno a la realidad monetaria depositada en su vivienda.
Al joven que, acababa de salir de entre el cristal trasparente, el mármol consistente, y el oscuro metacrilato del Banco, la suciedad envejecida de las paredes de la casa, le hicieron sentir un vago malestar, cercano a la desagradable sensación de la más absoluta miseria. La cara sin afeitar del tuerto se le antojó al visitante, la sin serlo, siniestra faz de un pirata. Pero bueno- se dijo- un cliente es un cliente, con el pragmático convencimiento de un hombre de banca .Muchos de estos payeses, ya se sabe, dormitan como miserables sobre un abultado cojín de billetes.
Depositado el saco sobre un apequeña barrica vacía, comenzaron a contar...
El empleado de banca de pie sin conseguir reponerse de la repugnante impresión que la aparición del sucio saco le producía. El tuerto, sin poder disimular la alegre sorpresa que la inesperada cantidad de billetes que, el otro, extraía a dos manos, entre monedas, del fondo de la acartonada saca
Un millón novecientas cincuenta mil, dos millones. Tres millones novecientas mil, cuatro millones. ( La cara del tuerto iluminada por la rara luz de su jocosa alegría ). Cuatro millones novecientas mil, seguía sonando la monotonía de la cuenta, Cinco millones novecientas cincuenta y ocho mil ( de estos, cincuenta mil de billetes roídos por los ratones). Seis millones. Billetes, polvos de billete, más cuatro mil de ennegrecidas monedas. Siete millones, trece mil...terminó el sonsonete contable, luego de repasar verticalmente las sumas anotadas.
...- No me lo puedo creer-exclamó el tuerto a la vez que dejaba escapar una risita esquizofrénica. Le asaltó a duda de si, el dinero, seguía siendo válido, después de la llegada de la tan esperada Democracia, desde hacía cinco años.
...- Si, todo es bueno-replicó indiferente el contable-
El problema era otro. El dinero no cabía en la cartera de fuelle que portaba el contador. Y así se lo dijo al tuerto. ¿ Y qué vamos a hacer ?- contestó con un creciente nerviosismo- barruntando la posibilidad de que alguien de la casa, se presentara de forma inesperada.
...-Volveré de nuevo para llevarme el resto- aventuró el banquero-.
...-¡Ah no ! –estalló el tuerto- al tiempo de volver el dinero al saco. Le acompaño, masculló secamente. Y ante la sorpresa del muchacho, colgó el saco en un hombro, revolviendo papel y metal sonoramente.
Transcurrieron pocos meses, hasta que un día, le notificaron al tuerto, el descenso de los tipos de interés; cinco por ciento, le avisaron:
...-¿Cuánto es...
...- Pues...un dos por ciento en menos..o sea..ciento cuarenta mil pesetas aproximadamente, terminó por teclear en la calculadora.
...-Ah ¡ no, no..eso no puede ser. Yo no he traído el dinero para esto, se revolvió intempestivo el tuerto.¡ Mañana vendré a por el!
No hubo razón capaz de convencerle, y en el caso improbable de que la hubiera habido, nada hubiese cambiado su decisión. ¿ Pierdo ? Pues pierdo, remachó sin disimular su enojo.
Algunos conocidos que transitaban por las cercanías del Banco, le pudieron observar con el saco a cuestas, sucio y desarrapado como siempre, Tuerto como era se apiadaron de él, y le compadecieron por ser pobre de solemnidad; cuando la solemnidad, nunca a sido pobre. Así es de ciega la ignorancia. Un segundo más tarde la sombra del contable, que le había seguido con la mirada perpleja, terminó por disiparse tras el cristal de la ventana del iluminado despacho.
El tesoro volvió a la oscuridad de nuevo, a la oquedad de la húmeda pared de la bodega. Se hacía claramente evidente que los ratones seguirían royendo los billetes de dinero fresco. ¿Qué se habían creído ?

Robert Bores Luís PdeA-Octubre de 1993

ATANÁS LEFIEUR, MINERO

Escondido en el negro fondo de la galería, con la jaula del canario colgada de una saliente astilla de carbón, encendió un cigarrillo. Fumar en esa situación consistía en transgredir la absoluta prohibición de hacerlo. Desobedecer la norma establecida por la dirección de la empresa minera, y sobre todo, contravenir las normas.
A seiscientos metros de profundidad, la propia prohibición, incitaba a ser cumplida. Además, en aquel nivel, nadie más que el minero Arnada, era capaz de fumar hasta llegar a horadar la tierra, hasta el fondo del mismísimo infierno.
El martillo perforador era su pluma . Con el había escrito la historia de su vida. No estaba dispuesto, luego de tantos años, a privarse del placer de fumar a pesar de la posibilidad de contraer al mismo tiempo, una enfermedad como la silicosis. Mucho más arriba vivía gente que no fumaba y tosía que se las pelaba – se decía con harta suficiencia.- Por encima de todo, ya no le quedaban caprichos, ni deseos, ni necesidades; la jubilación y basta. Su familia había emigrado, seguía soltero, y se encontraba bien cómodo. Un poco sordo eso sí, pero era una ventaja puesto que, la sordera amortiguaba el estruendo del martillo, el estallido del carbón al desprenderse del techo de la negra galería, la murga inacabable de su propio cerebro.
Perdía la noción del tiempo, eso era bien cierto, sin llegar a conocer si era de día o de noche. Y una noche, o una madrugada, a pocos metros de donde perforaba, entre las sombras y el denso polvo, vislumbró a otro compañero.
Sorprendido por esa extraña visión, y teniendo en cuenta que siempre trabajaba solo, luego de detener el martillo, se acercó al lugar en donde seguía gesticulando el otro. Siguió por el fondo de la galería, alzando la cabeza para que la linterna del casco alargara la visión, sin ver a nadie. Nada, huellas sobre el polvo negro, ninguna.
Al termino de la jornada, volviendo a la superficie entre los compañeros del montacargas, se atrevió a preguntar quién había bajado hasta su cota. Ahí abajo trabajas tu solo, le contestaron...
La jornada del día siguiente transcurrió normalmente. El seguía controlando las horas en el reloj, pues la visión del día anterior, o de la noche, se había producido a las dos horas. Las luces, como luciérnagas de cristal, brillaron avisando el final de la jornada e inesperadamente lo vio de nuevo, entre el polvo; alto, fuerte, puntiagudo y ágil
Retornó a la mina, por tercera vez esta semana, con la firme intención de descubrir al compañero que le disputaba su cota, su nivel, su galería. Entre el polvoroso martillo neumático y el humo del cigarro, volvió a ver la sombra. Corrió hasta el fondo de la estrecha galería, sin ver nada, otra vez nada. Excepto una hoja de amarillento papel, descendiendo del techo en un alabeo suave. La recogió, la leyó...y decía: Instituto Universal de Sicología Ultragénica –Real Facultad de Nefrín- Se concede al Dr. Atanás Lefieur...el título de...
Sorprendido, creyó necesario preguntarse cómo aquel viejísimo certificado, había llegado hasta la mina, hasta su misma galería. Después de regresar a la posición del pesado martillo, la hoja, la guardo en un bolsillo. No estaba equivocado, alguien rondaba por su entorno. Lo que tenía bien claro era que, aquel minero fantasma, no conseguiría reírse del valeroso y reconocido Arnada., el reconocido como el más duro, el toro elefante fumador.
Al terminó de la jornada, justo al abandonar el elevador , le llamaron:
.---Arnada ¡- por favor.
.---Dígame..
---¿Qué está pasando allí abajo? Le advierto que su producción está bajando
---¿Tiene problemas?
----En absoluto, estoy bien...
----Seguro?- preguntó el facultativo
----Seguro. No me asusto fácilmente
----¿Por qué tendría que asustarse?
----No, por nada.
----No pierda el tiempo Arnada...
----No señor, no lo perderé
Los compañeros le miraron sorprendidos. ¿Sabían ellos algo de lo ocurrido allí abajo?-llegó a preguntarse Arnada.
De nuevo en la galería, por cuarta vez, en un segundo, en el estrecho arco, se reflejó la sombra, en el fondo cercano e inescrutable. Arnada detuvo el martillo para llevarlo a un recodo lejos de la visión del supuesto compañero. Accionó de nuevo el pesado artilugio el cual retronó en el suelo, en un recodo lejos de la visión del supuesto espía. El repicar resonó expandido, apagó la linterna del casco, y rozando la pared de carbón se acercó a la continuación de la cueva, despacio, muy despacio, como una mosca sin peso. ¡Azufre ¡ ¡Huele a azufre!-gritó.
Con el casco entre las manos encendió la linterna. Vano intento. El desconocido, los esperaba sentado, inmerso en la oscuridad. Y, sonriente, encendió su linterna.
---Pasa, pasa Arnada, - como estás.
----Tú me conoces-habló Arnada.
----Todos te conocemos, en la mina.
----Tu trabajas aquí ?- le preguntó Arnada.
----Casi toda la vida, Toro.
----Pues no te había visto nunca.
----Pues llevo treinta años a tu lado...
----Treinta años. No serás, Atanás Lefieur ?
----Justo, Toro. Ese soy yo.
----Toma –respondió Arnada-alargando la hoja amarilla. Es tuya.
----Si. La perdí hace dos meses en el segundo nivel.
----En el segundo nivel.¡ En el del accidente !
----Si, ya te lo he dicho- respondió inalterable-
----Maldito Lefieur- dijo riendo-ya me parecía a mi que eras un rondador de mierda.
----Venga, vamos -respondió Lefieur- preso de un súbito cabreo. La galería se va a hundir.
----Vámos- se mofó el toro – Ha llegado mi jubilación ¡ Será por diablos ¡
La jaula del canario, colgada de una saliente astilla de carbón, osciló lentamente. La mezcla de metano y aire explotó. Arnada se equivocaba. Lefieur era quien olía a azufre; no a grisú.


Robert Bores Luís
PdeA.6-12-1996

LA HUIDA DE MATRACA

Una tarde de domingo del mes de Agosto, el llamado Andrés de casa Francisco, decidió asistir a una sesión de cine. Su esposa no quiso acompañarle, pues la película que pasaban, Tiempos modernos creo, protagonizada por el famoso Charlot, no le gustaba. Ella prefería cintas de amor del estilo de Lo que el viento se llevó o Mogambo, donde como manifestó, salía Gable. Marchó Andrés solo, ajustando la puerta al salir a la calle, sin llegar a cerrarla, por lo cual la hoja inferior, permaneció parcialmente abierta.
Abajo, en la parte inferior de la casa, el asno al que llamaban Matraca, rumiaba su dulce soledad en la reducida cuadra. Tratando de huir del tedio dominguero, enfiló por la rampa colmada de paja, hasta la puerta de entrada para observar la calle, como hacen los caballos en sus respectivos boxes, aunque con la cabeza agachada claro.
En tanto que la esposa de Andrés, inmersa en la tranquilidad del hogar en ello trajinaba, el borrico, consiguió abrir la parte inferior de la pesada puerta. Salió a la calle con las orejas bajas y, sintiéndose libre, soltó una coz al aire a modo de celebración de su muy deseada e inesperada libertad para seguir trotando sobre el escaso asfalto, por el centro del pueblo, en dirección a la húmeda frescura de los huertos más cercanos.
Una nube de verano, a media tarde, descargó una lluvia caliente con tanta violencia que, la dueña del inquieto pollino al sentir el fuerte remojón, descubrió la puerta medio abierta del húmedo exterior. La cerró con la sospecha de que el animal había huido, cosa que comprobó al bajar a la cuadra.
Anochecía cuando en la sala del cine, interrumpiendo la sesión ,no sin un fuerte abucheo, llamaron al ya citado Andrés, de parte de su esposa. Este que ya se temía algo, salió inmediatamente en busca del solípedo seguro de encontrarlo en su retozo, en la zona de los huertos. Hasta la parte alta, donde tras los muros del cementerio, laboraba otro hortelano, siguió Andrés las huellas de su asno.
Una penumbra incipiente se cernía sobre el alejado y muy silencioso lugar. La puerta herrumbrosa permanecía extrañamente abierta. Las huellas se adentraban en el destechado Campo Santo. Allí estaba el Matraca confundida su sombra en medio de los troncos de los altivos y centenarios cipreses, mordisqueando hierbas de flores y cortezas.
Del suelo, tomó Andrés una raíz cimbreante, para azuzar al asnado, el cual trató de huir hasta encontrar la salida del tranquilo recinto, saltando y rebotando sobre la fina arena alfombra de los pasos del jardín.
Detrás del recio muro, detenía la azada el activo hortelano, sin poder contener el intenso escalofrío que le producía el fragor de la oscura batalla; huyendo estremecido, salió a la carretera.
De repente, de forma súbita, en el justo momento de la fuga del furioso” Platero,” salió tras ambos enfurecido, el dueño del Matraca.
...¡ Cógelo ¡ ¡Cógelo ¡- cógelo – gritaba...
El hortelano, que no veía y - menos entendía nada – oía solamente el apocalíptico galopar, como detrás de él, sin acertar a detener su alocada carrera.
Cuentan los lugareños que, el susto todavía le dura Que su débil corazón, después de muchos años, se mueve con arritmias sofocantes
Bien cierto. Igual me pasó a mí por el atracón de tanto gerundio en movimiento.

Robert Bores Luís PdA 9-10-97

domingo, marzo 02, 2008

LA TERNURA Y EL AMOR PERDIERON OTRA OPORTUNIDAD

Llegaba el otoño. Faltaban diez minutos para las diez y seis horas. El apenas cálido sol de esa tarde, como en la tarde de ayer y la tarde de mañana, se apagará a la misma hora, a la misma hora poco más o menos.
La oscuridad lejos de la gran ciudad se adueñará del suburbio, como se corta el agua de un grifo del que escapa, por última vez, la última gota. Se apagará como se cierran los ojos que intentaron ver la luz , hasta quedarse opacos, con una tristeza infinita. Se apagarán como enmudece el reloj en el último segundo deteniendo el tiempo en su esfera; falsamente...
Pero el reloj de la cotidianeidad inexorable, se acerca a las diez y seis horas. Por ello, el sol de esta tarde otoñal y triste, como en la tarde de ayer, se apagó ya.
El miedo ha atenazado el tierno corazón de la niña, recosido en su cerebro inocente, que no llega a entender por qué. Por qué su tía no puede beber otra leche, la cual no haya de ir a buscarse a seis lejanos kilómetros.¿ Por qué ?.
Se pregunta la niña, en su inocencia, si cerca de casa hay una lechería.?.
... ¡ Calla tonta ¡ qué sabrás tú.
...¿Por qué tengo que andar tanto, responde la niña, con lo que pesa la lechera, si cerca de casa hay una lechería.?
...¡ Cállate !...coges la lechera y te vas; y no pierdas el dinero...
...Por qué no van los mayores, mis primos. Yo tengo miedo.
..¿ Miedo tonta, esmirriada,?. Tú si que asustas al miedo.
....Si, tengo mucho miedo, seguía la niña en su triste desamparo. Allí no hay casas, ni luces, tengo que cruzar por detrás del cementerio.
Gemía en vano; lo sabía. La intransigencia de egoísmo es dura, inconsciente, ciega. Sólo pudo añadir ! yo quiero ir ¡...si me acompaña alguien.
...Tengo unas ganas de que tu madre venga a por ti. ! Desgraciada, no sirves para nada ¡. Anda, anda, vete ya.
Luces y sombras, ruidos y silencios, calmas y zozobras, intranquilidad y pasmo, la acompañaron. El eco leve de sus pasos infantiles, resonaba en la ruleta infinita de los momentos perdidos, las circunstancias peregrinas, el lugar impreciso donde se oculta la siempre fría realidad de la nada, el contrasentido de la realidad indeclinable.
La ternura y el amor, perdieron otra oportunidad, el desamor como la incomprensión retornaron; aprovechando el vacío de la conciencia.
Entre las sombras del muro del cementerio, dos obreros tropezaron con ella. Dos lágrimas heladas, dos perlas de hielo, cubrían sus mejillas ateridas.
¿Infarto ? Infarto, diagnostico un médico.
El apenas cálido sol de esta triste tarde otoñal, igual como la tarde de ayer y la tarde de mañana, ya se apagó.
En qué parte del cielo habré de encontrarte para besar tu santa frente. Qué parte del cielo habré de recorrer para secar tus lágrimas inocentes. ¿ Estarás entre los ángeles ? Dime que sí. Dime que, ahora, estás sentada a la derecha del Padre. Pídele a Dios que me permita verte ; aun cuando después, tenga que volver a este infierno en donde arden todos los que, según ellos, somos supuestamente perfectos.

Robert Bores Luis