domingo, noviembre 25, 2007

HA LLEGADO EL AFILADOR

¡ Nena, el afilador ¡, sonó estrepitoso el radio “ cassette “, rompiendo sorpresivamente la suave quietud de la mañana. ¡ El afilador ¡
La llamada de este afilador de hoy, rasura el aire seco y estridente, con el anticipo de la prisa con que, si se da, afilará el largo cuchillo o el hacha destroza costillas del carnicero.
El mecanizado hombre de los cuchillos de nuestros intranquilos días, sobresalta más que subyuga. Se mete en los sentidos, con el tono chinchorrero de la murga de un barbarismo musical incontenible.
El afilador de mi memoria infantil, hacía su presencia con una calma premeditada. Su dulce reclamo se oía, como el canto entrañable del cuclillo en Marzo, deslizado sobre el aire, desgranado en un abanico de armonía de notas cercanas, sugestivas, de falsa lejanía.
Me he acercado al puesto de periódicos, al lado de la carnicería. Mientras el viento colea tras la puerta, la carnicera me ha confiado con su particular filosofía que, el viento lo levanta el destemplado reclamo del afilador, como siempre y cada vez que él, hace su aparición; será coincidencia dice resignada.
Es cierto. Este mes de Julio, sigue también metido cabezón en un tiempo desapacible. Por pocos días espero.
Al retornar de mi corto paseo de nuevo he contemplado, en contraste con el claro azul del cielo, el color ocre de las viejas tejas. La eternidad seguía quieta sobre el zaquizamí.
El origen en su sitio, inmutable, a pesar de las nuevas apariencias, es decir, a pesar de la no verdad, sigue poniendo algo de sosiego dentro de nuestra atribulada alma, algo inmejorable que se resiste a cambiar; nuestra paciencia.

Robert Bores Luís
P de A. Julio de 1993

ESCRITOR

El escritor, ese mono que aprendió a escribir pensando en hacerse adulto, creyó que solo el, era capaz de transcribir sus íntimas vivencias. Vivencias, pensó en su animalidad, de uso exclusivo; de su exclusivo ingenio o sentimiento.
Afortunadamente, otro mono, pensando también en hacerse adulto, aprendió a leer; para reclamar ingenio y sentimiento como propios.
El mono escritor sigue considerando de su exclusiva propiedad sus vivencias íntimas – sus íntimas vivencias – todavía hoy. Virgilio, Horacio y, muchos más fueron adultos también.
Al escritor, mono adulto, le gusta recordar la primera octavilla de cuando se sintió poeta; su primer;

PAISAJE

El trigal erecto, inmenso.
Se confunde el horizonte
El aire, con su sinsonte,
ventea añoso abedul.
Las nubes en su descenso
forman marco con acierto.
Un sol, de brillo entreabierto
se pierde; en el cielo azul.

En el transcurso del tiempo el escritor siente con melancolía, que no le queda espacio para escribir cuanto quisiera escribir. La pluma férrea de su imaginación, se le dobla y deforma sobre la desnuda y fría cuartilla, de sus evocaciones. Evocaciones de dramático pulso al intentar vaciar sobre ella, su alma pletórica de humilde sinceridad.
Escritor. Escritor y caminante perpetuo, con la esperanza de encontrar la posada incierta de su alma gemela y tibia, de su desconocido lector. Posada íntima en lugar ignorado donde pernoctan, a veces dormidos, contradictorios a veces, de dolorosos recuerdos casi siempre, los fantasmas de los sentimientos personales, de los que intenta distanciarse en vano.
El escritor ya viejo, incrédulo ya, cansado de tanta necedad, de tanto camino, espera, - el escritor no se cansa nunca de esperar - , los ojos desconocidos, anónimos, soñolientos acaso, del amable lector.
¡ Escribe ¡, le dicta su desconocida musa; no temas escribir para abrir brecha entre tantos libros lobos como hay. Y el escritor, así aleccionado ¡ qué escritor osaría desoír a su musa ¡ llena el papel de versos, cuentos, ensayos y relatos con sus ensoñaciones más intensas. ¡Escribe ¡.
Háblales del odio duro y seco, del amor que lo llena todo, de la plácida belleza del alma, de la codicia que a tantos embrutece, del temor a la muerte, que a tantos paraliza el ánimo, del propio miedo turbador, de la amistad que conforta, la bondad que enternece, la mentira despiadada...
¡ Escribe ¡ .Escribe sobre la verdad descarnada que nos molesta a todos, la emoción de la esperanza, la envidia que corroe, la ignorancia feliz, el vicio contumaz, la ética voluble, la moral impía, la libertad imposible.
Y ell escritor escribe, escribe hasta que, un día, la vida sobre el papel, se le queda atrás al escritor; en un otoño amable, castaño, de hojas secas.

Robert Bores Luís
P de A. 28-10-1994

EROS PRESIDE LA TRÍADA EN EL OLIMPO

En la densa lejanía de la olvidada inmensidad del tiempo, los dioses se han reunido. El bello adolescente, hijo de Hermes y de Afrodita, les ha reunido de nuevo. Preside Eros con un dolor divino por haber tenido que abandonar, por poco tiempo bien es cierto, sus amadas Espóradas, Patmos y Rodas, sobre todas ellas.
Eros, el dios del amor, turbado por un sentimiento de dolor casi humano. Más no está aquí para hablar de sus excelsas penas, si es que las tiene.
En la ancestral mesa ejecutiva del Olimpo, el dios del amor y de la pasión heredada de su bella madre, expone sus quejas a los otros dioses. Se lamenta Eros, ¿ puede un dios lamentarse ? de que algunos escritores, hombres y mujeres de la subespecie humana, según la opinión del joven dios, le han prostituido.
Le siguen prostituyendo todavía hoy, su concepto del amor y por ende, de la acción de amar. Los hombres, les dijo a los dioses, enmarcan en el término “erotismo” incluso la pornografía. Tras sus medidas palabras, el silencio caía gravemente, como una pleitesía de la esencia de todos los dioses, hacia otro dios de su propia esencia..
Para apoyar su argumentación Eros, abrió solemne uno de tantos libros eróticos apilados a su derecha, y de una página cualquiera elegida al azar, leyó;
..”.y los turgentes pechos de la joven mujer, surgidos bruscamente avivaron, en un afán irrefrenable, la pasión del hombre.” Guardó un breve silencio para, luego de meditar lo leído, repetir:
..”.y los mórbidos senos de la bella, escapados, huidos de una timidez contenida, tan bella de por si, como sus propios virginales senos, inundaron de ferviente amor el amoroso pecho de su amante.”
...! EUREKA ¡ - exclamó Artemisa, hija de Zeus y de Latona, hermana gemela de Apolo, protectora de la castidad y de la naturaleza, recién llegada de Ëfeso.
...! EUREKA! – repitió entusiasmada. Eso debió de escribir.
...Eso suena muy cursi, hijo, habló su madre, la hermosa Afrodita. Hermes, tu padre, no se hubiese unido a mí sin pasión, ergo, seguramente tu, no hubieses nacido. Además, no estarás pretendiendo que se anulen las Fiestas en mi honor; las Afrodisías.
... No digo eso - replico Eros - soy consciente de que la belleza, la procreación y la misma vida, deben preservarse.
Atenea y Hera, miembros honorarios de la Tríada que completan con Zeus, se miraron sin hablar. Pero las esposa de Zeus, el padre de todos, como protectora de la mujer, defendió que, “ la pasión no debe destruir el objeto causante de la pasión, porque sería dijo, como destruir el amor mismo”. Sería – acabo por decir – como prostituír el amor.
Hermes, el esposo de Afrodita, padre de Heros, rió quedamente: No olvides que el amor es, ante todo pasión. No obstante, creo que la primera lectura, resulta obscena comparada con la segunda.
.. Así es - concedió Eros – de hecho deriva en erotomanía , es decir, en delirio erótico; ergo entramos en el reforzamiento de mi punto de vista. Ello demuestra que mis argumentos son válidos y al propio tiempo, mis quejas también son fundadas.
....Tu, Dionisos – señaló Eros – al dirigirse al dios del vino, eres en gran medida, el causante de que la obnubilación en el amor, o mejor, del acto de amar, destruya la parte espiritual del tan pretendido amor. De forma que, sin amor, no existe la espiritualidad.
...Hijo mío – siguió Afrodita, amar no es siempre espiritual aunque debiera serlo, y te recuerdo que, el odio de destila del amor amargamente.
En tanto Dionisos, (Baco), sorbía lentamente el rojo vino de su alta copa avanzó;
... No es el vino la causa de la obnubilación. La cuestión es mucho más simple. ¿Hay o no hay amor ? por que difícilmente el vino aumenta o disminuye el amor, si antes el amor no existe. Se puede amar sin pasión pero no hay pasión sin amar.
.. Y la pasión ciega es también amor – concluyó tajante Afrodita – mirando a Zeus - con la subyugadora autoridad que le confería su seductora presencia..
... Más, la pasión – añadió Zeus – el padre de los dioses, padre de Dionisos también, concebido por Sémele su ninfa esclava, padre a su vez del musageta Apolo, la pasión puede ser tan fuerte !es tan fuerte¡ rectificó el viejo dios mirando a Latona, que puede dominar a un dios. Es decir, podríamos hablar, no solo de la pasión de los hombres, sino también de la pasión de los dioses.
... De hecho ya han dominado a ese dio, recalcó Hera, cruzando su mirada con Afrodita. ( Esta, esbozó una imperceptible sonrisa de complicidad )
Artemisa, la hermana gemela de Apolo, permaneció callada, como un silencioso y respetuoso homenaje a Zeus, su estimado padre; el dios polígamo; los dioses nacen de los dioses, pensó
Siguió Eros leyendo de otro libro:
..”Cuerpo contra cuerpo y cuerpo sobre cuerpo. El roce de la carne, hacía más lascivo, el contacto irrefrenable y violento.” Y lo expresó así;
...”El cuerpo, enervado en un sereno y continuo escalofrío, producido por el breve contacto de la proximidad del cuerpo del otro ( y de la otra alma ) –añadió – tiembla sorprendido, feliz en su realidad y en su dulce ensoñación.”
...! Bravo ¡- exclamó entusiasmada Artemisa
... Sigue siendo cursi, afirmó de nuevo Afrodita.
....Eso mismo, con un poco de vino, hubiera resultado heroico, opinó Dionisos.
...”.Ella es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo”..seguía Eros leyendo
¡ Qué desagradable ¡, concedió Atenea. Eso es el amor destilado, que tu padre te señaló con anterioridad.
....Abominable, dijo Era, decidida protectora de la mujer.
....Tengo que admitir que, efectivamente, ahí había vino, opinó Dionisos. Vino amargo.
...”.Ella es libre de sentir todas las sensaciones de su cuerpo, definitivamente suyo” seguía sugiriendo Eros.
Oscurecía cuando Afrodita le pidió a Apolo, hermano gemelo de Artemisa, que les iluminara con su luz. Así lo hizo el bello Apolo, durante un segundo interminable, con su luminosa sonrisa.
Más abajo el sol, se abrillantó en un corto segundo... y la noche siguió extendiendo sus sombras; sobre toda la tierra.
Roberto Bores Luís
P de A. Mayo de 1994

domingo, noviembre 11, 2007

LA DESCONSOLADA VIUDA DE DON NICOLÁS.

Don Nicolás. Notario, hombre tranquilo y sosegado, acababa de morir después de sufrir un infarto de miocardio. A la vista de su saludable aspecto, nadie hubiese podido imaginar una desenlace así. Algunos de sus más cercanos pensaron que, el enfado que le produjo la factura de la empresa constructora, había sido la causa que le provocó el irreparable y trágico infarto.
Don Nicolás, rodeado de toda la familia en una celebración onomástica, decidió ensanchar la escalera que, desde el amplio vestíbulo de la casa, ascendía a un lado del salón , hasta la primera planta de su magnífico palacete. Había decidido trasladar el piano de su hija mayor para situarlo bajo el amplio arco de la escalera.
Y todo por que su hija mayor apreciada concertista, ensayaba durante ocho largas horas cada día. Don Nicolás pensó que, con el piano en la planta baja, las notas le llegarían amortiguadas con lo cual disfrutaría de mayor tranquilidad, durante su ineludible dedicación a su Notaría, su mundo profesional en el primer piso.
Su propia hija se opuso a esta decisión toda vez que, las visitas así como los miembros de la familia, se reunían habitualmente en el amplio salón, muy cerca de donde se encontraba su valioso, estimado y sonoro Pleyel. Ella creía que, sin quererlo, interferirían en sus estudios; pero no consiguió doblegar la férrea decisión impuesta por su amado padre.
Y todo por que, Gloria, la hija mayor, tan sensible como temperamental, interpretaba el Concierto de Varsovia con tal entusiasmo que, su reciente fallecido padre adjetivó siempre, como un intempestivo ardor musical. La repetición continuada de las obras clásicas, hasta dominarlas virtuosamente en sus menores silencios, le llegaban a producir a Don Nicolás, la dulce saturación de su alterado ánimo. Dulzura que al final, devenía congoja, pues sobrecogía su alma hasta hacerle flotar en un mundo irreal. En este limbo se sentía perdido e intemporal, hasta el extremo de sentirse angustiado. Don Nicolás hombre de escrituras, contratos, y asociaciones, al comparar su actividad con la de su hija Gloria, la suya, la intuía plebeya.
Por esta razón, más de una vez, repetía " el genio cansa. Doy fe "
La señora viuda reciente de D. Nicolás amaba la música clásica aunque, como su difunto esposo, no era capaz de soportar el genio de Wagner. Lo mismo que al otro extremo no soportaba a Azorín, a quien había decidido no seguir leyendo desde hacía años. Granados, Liszt, Chopin y Tschaikoswsky seguían siendo sus compositores favoritos. Los maestros italianos la transportaban a otro mundo; Verdi Giuseppe, Donizzetti. ¡ Oh, Mio Dío !. A los valses de Strauss les perdió la devoción a medida que su juventud fue pasando, si bien a pesar de todo, luchó por mantener vivo su romanticismo.
Pero ahora, la tristeza, invadía la casa. La casa toda. El piano cerrado, brillando magnífico en el rincón, había enmudecido. Habían cesado sus notas armoniosas, aquellas que perdiéndose y resonando estancia por estancia, pasillo por pasillo, pared por pared, hasta el jardín trasero de la casa, la habían inundado de dulce y armoniosa paz. Incluso el surtidor de la fuente, aparecía seco, de ignorado rumor, perdido su encantamiento, huérfano de la notas de Granados. El brillo de las flores y el parterre, aparecían tristes, desolados...La tristeza más fría, desde ahora, habitaría la casa.
En la primera planta, familiares, amigos y conocidos rodeaban el féretro en silencio. La escalera volvió a aparecer estrecha, por la cantidad de ramos y coronas recibidos. Los deudos se observaban con expresión lastimosa, perdidos en su propia lastima. Algunos sonrieron levemente, al encontrarse intentando romper el tedio de la dilatada y triste espera. Se miraban, se volvían a mirar escrutando el rostro de los otros, tratando de encontrar en ellos, cualquier sentimiento que no fuera una fría indiferencia. Los más viejos no cesaban de observar a aquella niña que acababa de entrar en la pubertad vestida con medias negras.
Todas las mujeres presentes, apenas terminar de secarse los ojos, recurrían al espejo de mano, para limpiar el rimel corrido de sus pestañas.
La Sra., viuda de don Nicolás, Notario, situaba las flores sobre el negro féretro de su amado como tratando de conseguir, el mejor efecto visual. Un grupo de empleados de la Notaría, se movían solícitos en su intento por ayudar a sostener los ramos de flores.
Los niños seguían alejados del lugar en donde D. Nicolás, Notario, el abuelo, yacía. La vida es dura - cuanto antes lo entiendan mejor – había insistido la abuela. Los más pequeños, observando desde el ancho pasillo, no entendían por qué ni para qué, los situaron allí ; todos y cada uno, primos y hermanos, lloraban.
Un retrato de D. Nicolás, el cual presidía la estancia, oteaba desde la altura. Más de un deudo, amigo, o conocido, apartó la mirada de sus ojos de tela. Parecía como si dejara caer la ataraxia de su mirada sobre su propio ataúd.
¿ Está realmente ausente, el que hemos dado en llamar, el ausente ? – se preguntó más de uno - después de bajar la vista del enorme cuadro.
El sobrino inglés de D. Nicolás, fumaba pensativo, pensaba...no sé...no sé...si la herencia dará para pagar siquiera el billete de avión. Su prima, la virtuosa del piano, la artista tan sensible, perecía estar interpretando su pensamiento; la distancia crea estas actitudes – pensaba ella – ya no hay color, es mejor ser fuertes – se convencía sin llegar a convencerse – pensando que perdemos la humanidad inmersos en la anomia ciudadana que nos ha tocado vivir.
Aparecieron los empleados de la empresa funeraria. Alzaron el cajón, un bello cajón, pero un cajón, con la pericia infalible, habituada a manejar lo inerte, de los conscientemente indiferentes. De pronto, las notas inconmensurables y solemnes de la Marcha Fúnebre de Chopin, como un póstumo homenaje de la hija mayor del muy estimado D., Nicolás, Notario, para sorprender a todos, ascendieron cadenciosas desde el hueco de la escalera.
Uno de los portadores del féretro, dio un traspiés. Inesperadamente, tambaleó el ataúd y estuvo a punto de venirse al suelo.
Rompiendo el sobrecogedor silencio, la voz ensimismada y ausente, de la viuda de D. Nicolás, Notario, exclamo en voz alta; ¡ menos mal que se le ocurrió ensanchar la dichosa escalera ¡

Robertboresluís
PdeA Octubre de 1994

domingo, octubre 28, 2007

EL INSPECTOR FLORO Y EL LORO

El Inspector Floro arrastraba una pierna. A pesar del incómodo dolor que sufría, había renunciado a tomar un solo día de asueto. La noche anterior, en una discoteca, un chulo le pinchó en la pierna, a traspiés y de mala manera. El Inspector, un tipo duro, no era la primera vez que recibía un regalo así. Y lo cierto era que hoy, llevaba siete puntos de sutura en la cara interna del muslo izquierdo.
Se lo había pedido a su Comisario – “ deme usted., alguna gestión, algo para matar el tiempo”. El comisario no lo dudó. Conocía de sobras al Inspector y tenía además, la posibilidad de satisfacer a Floro; Florito para todos sus compañeros de la Comisaría.
---Que venga García, llamó el comisario desde la puerta entreabierta de su despacho.
---¡ A sus órdenes ¡ dijo casi inmediatamente García, sin dar tiempo a que volviera a su asiento el comisario, a su incómodo sillón de madera.
---Una cosa, García, ¿ cómo lleva usted el asunto de la denuncia del robo del loro ?
---Lo tengo localizado,-respondió- Lo “afanó “ un gitano del barrio del “Tubo”, y voy a ir a por el hoy mismo.
---Bien, bien, García, bien, siguió el comisario. Tome un coche camuflado y que le acompañe Floro.
---De acuerdo, asintieron los dos inspectores. ¿ Manda usted alguna cosa más?
---Nada más muchacho, que haya mucha suerte. Le llamaba muchacho siempre por que García, a pesar de ser relativamente joven, comenzaba a sentirse algo viejo.
Después de que el herido se sentara, con todo tipo de precauciones, sobre el asiento del acompañante del conductor para evitar el tirón de la herida, García condujo el vehículo camuflado durante un buen trecho. Al enfilar el coche la calle principal y única la cual rodeaba circularmente el poblado del Tubo, los gitanillos que pululaban por los alrededores, ante le inesperada llegada de los inspectores, desaparecieron como las ratas en sus agujeros.
Sentados al sol y a la sombra, los gitanos viejos, ni se movieron. Pero, la Pepa, la hija de la Flaca, arrancó a correr con su hijo en brazos, mientras llamaba al Bolo, su marido a quien trincaba la policía cada día por la noche, y lo soltaba por la mañana.
El Bolo estaba durmiendo. A su mujer, a la Pepa, se le atragantó el trozo de chorizo, que su marido había “afanao” la noche anterior en el Mercado Central. -Cuando la Pepa entendió que el coche de la policía pasaba de largo, comenzó a cantar en un tono aflamencado - no sirve de ná, no sirve de ná,- -Por lo visto era la contraseña. Pero, el Bolo, ya había desaparecido, para perderse entre un campo de lechugas, que a ratos, a pocos ratos, cultivaba en el campo situado tras la baja tapia de su casa.
Muy cerca de la barraca del Bolo, los hijos de la Sarmiento, hinchaban de perrerías a un cachorro bastardo. Al mismo tiempo, la mujer del “Güasa” seguía amamantando a su hija de corta edad, en la mitad de la curva, sonriendo y mostrando su generosa y morena cabellera.
El coche de la policía seguía traqueteando entre los charcos de agua. Mientras avanzaba, la voz de alarma generalizada ponía en pie de guerra a todo el poblado. Detrás de las tapias ronroneaban algunos motores, propiedad de algunos gitanos de los trastos viejos allí aparcados y de otros que iniciaban la huida por la súbita presencia de los dos agentes.
El “manitas”, cruzó con su burro por delante del coche, un cuadrúpedo empeñado en mostrar sus corvejones. Otros, atrincherados en las chabolas, cerraron puertas y ventanas. Cristales y cartones cayeron con estrépito sobre el suelo, para terminar encastándose en el espeso barro. Poco más tarde, el silencio y una extraña quietud se adueñaron de todas las casas del Tubo, con la preñez desolada que se hace presente después de una pretendida batalla. El humo de las chimeneas recordaba lo que podía haber sido el testimonio de los últimos imaginados cañonazos.
Pero los policías siguieron adelante, hasta completar el amplio círculo que rodeaba el extraño paisaje. A poco, se detuvieron ante la chabola del “Santi”. Al Santi, que fue legionario en su juventud, entre otras cosas, le apodaban así por que no usaba navaja y cuando se liaba alguna gorda, soltaba unos sopapos de no te menees., de manera que si alguien tenia la ocasión o la desgracia, de recibir un toque, quedaba “santiguao” ; por esa razón le llamaban así.
Este, el Santi, hacía dos días que se había “traío” un loro pa casa. Pasó con su destartalado Renault por debajo de la jaula colgada de una fachada y así cruzando, en un segundo, la descolgó; “ pa que le de compaña al “churumbel “, --explicó - algo más tarde. El dueño del loro hablador, el cual había pagado ciento ochenta euros por el pajarraco, cursó la denuncia inmediatamente. El sobrino del Santi que le acompañó ese mismo día, observando al hombre correr tras del coche, le había gritado; ¡corre Santi ¡ ¡corre¡...Y eso mismo oyó repetir por el mismo loro ¡corre Santi!. Este, antiguo conocido de la policía, fue descubierto y localizado de inmediato.
Golpearon los funcionarios de la Ley, la puerta roñosa de la chabola, repetidamente, pero si quieres...aquello estaba más silencioso que un cementerio, obligando al agente García a insistir en su determinado intento.
---Santi, Santi - vamos hombre - abre la puerta. Se hizo el silencio, y de repente ese silencio fue roto desde dentro por la voz del loro; ¡abre la puerta Santi!-dijo-El gitano, que no tenía un pelo de tonto, se asomó tras la puerta. – A ver Santi, dijo García ¿ ha comido ya el loro ?- Si señor García,- respondió sonriendo una voz grave – l´habemos dao unas pocas de pipas-
A García, se le escapó una ruidosa carcajada. Luego, el gitano con un gesto muy digno, que intentaba minimizar la responsabilidad de su robo, descolgó la jaula de la pared. El churumbel del Santi comenzó a llorar mientras decía “titi” “titi, al señalar al loro.
Al sufrido inspector Floro, le seguía doliendo la pierna, así que, luego de una corta amonestación al gitano, regresaron a la comisaría portando el loro. Salían del poblado cuando, el “Manitas” con su burro, pegando saltos,se cruzó de nuevo con el automóvil. A García no le quedó más remedio que dar el gran frenazo de su vida, en tanto que Floro, ahogó un grito de dolor, al mismo tiempo que su compañero García, le sujetaba la pierna.
---¡ Coño ¡ García ¡ no aprietes, exclamó Floro en un intento por evitar la presión de la mano sobre su dolorida pierna. Seguidamente, envueltos en un pesado silencio, continuaron la marcha hasta detenerse en frente de la Comisaría. García, rodeó el vehículo por delante y se acercó solícito al lado del compañero para ayudar a incorporarle. Una vez, no sin dificultad, incorporado, García desde la misma puerta, tiró con fuerza de la jaula situada en el asiento posterior, la cual rebotó entre el respaldo del asiento delantero y el techo, para quedar atascada.
¡ Coño García ¡, no aprietes, le gritó el loro.

robertboresluís@hotmail.com
PdA –10-1994

CESTA COLGADA, CESTA DESCOLGADA.

Lo habían pensado. Lo habían pensado y bien pensado. Cuando cruce el puente - habló el más grande – el cabecilla de los chicos, cuando arree el caballo para superar la cuesta, nosotros salimos del lado de la acequia y nos hacemos con la cesta de la merienda que va colgada en el adral.
Llevaban días y más días, observando al pobre caballo, en su agotador intento por escalar la empinada cuesta, con el carro cargado con demasiados sacos de cemento. Con su resoplar agitado, el color blanquecino del sudor de la bestia, moteando las capas de su pelo castaño, resbalando por debajo de sus negras crines, hasta anegar todo el pelo de su poderoso pecho.
La cesta de mimbre rebotaba sobre las tablas, arriba del carro, prendida en el perno, incitando a los chicos a apoderarse de ella. Y no solamente por el hambre, o por adueñarse de algo que sabían que no les pertenecía, bien que se regocijaban al pensar en la cara de sorpresa y fastidio del carretero, al descubrir la ausencia de la cesta de la merienda, luego de su trabajo diario.
--- ¿Y si nos descubre ?- preguntó- el llamado por todos, el Bizco, que no lo era.
--- No puede vernos- replicó el grandote- va delante de la cabeza del caballo, por el lado derecho, y nosotros saldremos de la acequia por el lado izquierdo. Además, -siguió diciendo- no detendrá el carro por nada del mundo, por que cargado como va , arrastraría al caballo y lo haría rodar cuesta abajo.
--- ¡Vale ¡ corearon los muchachos, críos incluidos, en un divertido clamor que auguraba un rotundo éxito.
Cuando el carro cruzó ante ellos, luego de atravesar el punte chapotearon como patos en el agua y remojaron al Bizco tanto como no fue capaz de evitar, antes de que abandonara la acequia al otro extremo, callado y lloroso. El resto de los compañeros, seguía riendo al mismo tiempo de escurrir sus empapadas camisetas.
La tarde siguiente a la misma hora, la algarabía del grupo se oyó de nuevo, entretenido en resbalar sobre la hierba hasta mojar sus pies dentro de la rumorosa franja del agua. ¡ Arre ¡ ¡ Arre ¡- resonó a lo lejos la voz del carretero al acercarse al puente. ¡ Arre!- les llegó el grito apremiante – desde la lejanía .
---¡ Ya llega ¡ ¡ Ya viene ¡ gritaron. ¡ Tras ¡ restalló a la vez el seco trallazo, entre el apagado rechinar de los ejes del pesado carromato, del crujir de la madera y el metálico chasquido de la herraduras del sudoroso percherón. Los chicos rieron nerviosamente, conteniendo la impaciencia, desbordado el miedo de los más pequeños ocultos y anonadados tras las altas figuras de los más grandes.
El estruendo se precipitó junto al incontenible resuello de la bestia, la furia del hombre asido a la rienda del trotón tirando de su cabeza hacia delante, el sonoro chasquido del látigo cual un relámpago a su lado, estrellado contra la piedra del camino. Salieron los muchachos tras el carretón y treparon por detrás hasta alcanzar, por segunda vez esta semana, la tan ansiada cesta colmada de viandas. Seguidamente huyeron en la dirección contraria a la marcha del carrucho, chocando entre ellos confusa y atropelladamente. Uno de los más chicos, inmerso en su temor, rodó por el suelo arrastrado por el ímpetu de los compinches mayores para terminar llorando, siguiendo a los huidos desde lejos. Estos, se apostaron a la vera del río, semiocultos por hierbas, pajas, y chumberas. Satisfechos por la liviana impunidad de la, para ellos, gloriosa ratería. Comieron y bebieron el negro vino de la botella, como bellacos, hasta vaciarla.
En su etílica euforia, vagaron toda la tarde por los viñedos más cercanos, tras lagartijas y pájaros, tris-tras con los tiradores de goma , sobre los peces en el remanso del cercano río, en fallidos intentos de imposible diana. Hasta olvidarse del hurto, hasta la tarde de mañana.
¡ Arre ¡ ¡ Ya llega ¡. El estruendo del carro, los crujidos por la pesante carga, como un anuncio de desmoronamiento total inevitable que no llega a producirse y el temor de los pequeños, les envolvió a todos en una densa y conocida atmósfera. Los grandes treparon sobre la trasera del batiente carro y descolgaron la cesta, la tercera, para salir por el puente alocadamente, en una carrera violenta que obligó a los pequeños a un jadeo agotador hasta llegar al río.
Reunidos de nuevo alrededor del anhelado trofeo, como siempre ocultos entre hojas y pajas, el grandote, rebuscó ansiosamente entre los mimbres del cesto. La botella del vino, las manzanas, el queso y el pan. Y el blando y todavía caliente envoltorio de aluminio.
¡ Musaca ¡ ¡ Qué buena ¡, exclamó el más grande, imaginando la carne jugosa envuelta dentro del papel de aluminio, con la crujiente y tostada oblea. El cabecilla de los críos, desenvolvió lentamente las hojas de papel de pliegues herméticos.
Una inesperada fetidez pegajosa se extendió a su alrededor, como una náusea que impregnó de inmediato el aire como sus propias ropas. El fétido olor se les metió a los chicos, en la nariz, inesperadamente. Un reguero de lamentaciones llegó hasta la misma orilla del río; algunos de los pequeños vomitaron.

Robertboresluís@hotmail.com
PdeA 10-l994

domingo, octubre 21, 2007

UNA SOGA PARA UN AVARO

El viejo propietario del espartizal, trenzaba largas sogas con su rudimentario husillo. Su joven ayudante volteaba a modo de aspa, dos brazos de caña los cuales giraban sobre una estaca vertical clavada en la tierra, en donde terminaba por enrolarse la cuerda trenzada.
El anciano, con hábil movimiento de ambos brazos, montaba los cabos uno sobre el otro, anudándolos hasta formar una larga cuerda recia y resistente. Como cada mañana, los garimpeiros, formando colas interminables, aguardaban su turno para comprar las sogas que el espartero confeccionaba.
Los buscadores de oro, cubiertos de una gruesa costra de barro adherida a lo largo de su maltrecho cuerpo, tiritaban bajo la densa niebla matutina, una bruma pegajosa y fría.
Mucho más abajo, en el fondo de la sima, sus compañeros esperaban pacientemente el descuelgue de las lianas, que habrían de izar los cubos de pesado légamo hasta la última cota, en tanto los hombres inmersos en el lodo levantaban las escaleras para emerger a la superficie. Cerca del manantial, otros hombres cubiertos de agua hasta la cintura, como estatuas de barro que se desleían sobre la superficie, filtraban el espeso limo depositado sobre los grandes y redondeados areles.
Los garimpeiros estacionados ante la cueva del espartero, anudaban las cuerdas compradas a las del día anterior, para conseguir la máxima longitud y consistencia. Pero, cada día que pasaba, el avaro espartero, aumentaba el precio de sus cuerdas.
Sobre el lodoso y resbaladizo talud de la horadada sima, una miríada de hombres semidesnudos, arrastraban su piel enmohecida, peldaño tras peldaño, en una agotadora ascensión interminable. En la Babel de barro, los más viejos, se asemejaban a estatuas de oscuro ocre .El limo, desprendido de sus cuerpos cansados, al tiempo de desdibujar su perfil, les hacía aparecer como muñecos rotos.
La enfermedad diezmaba aquel confundido ejercito en un ajetreado hormiguero en su intento por escapar del mismísimo fondo de la tierra, pero a medida que los días transcurrieron, el espartero vendía menos cuerda, lo cual no le impidió seguir aumentando el precio del metro día a día. Cada noche, escondido en la oscuridad de su cueva, lanzaba sus monedas dentro de un saco. El tintineo de las piezas, al chocar con otras monedas, le hacían sentir la complacencia de su inmensa ambición. Rico, rico, muy rico, se repetía sumido en un perverso éxtasis. Mañana, aumentaré el precio de nuevo, se repetía.
Año tras año, siguió oyendo el sugestivo tintineo de las monedas . Entretanto, los buscadores de oro, apenas ganaban para costear las sogas de esparto. Muchos de ellos, terminaron por abandonar la hoya, otros hubieron de ceder ante la enfermedad, los más empezaron a carecer de las cuerdas necesarias para realizar su agotador trabajo.
El avaro vendía menos cuerdas. Las miles de lianas que, como densa telaraña pendían sobre la sima, se reducían cada día que pasaba, hasta que, sobre la montaña, pendían al final del tiempo tres cortas y solitarias cuerdas.
En el fondo infinito, rebozado en el limo, el último garimpeiro, le pidió una larga cuerda al espartero. Ante esta demanda, el avaro, le gritó el carísimo precio de su larguísima y única cuerda. El buscador de oro, que por la larga distancia que les separaba no le oía, le hizo una señal para que se acercara más al borde de la sima. Los otros buscadores cercanos al manantial, contemplaban sorprendidos la escena del regate del precio de la larga soga.
Se aproximó el avaro, hacia delante, más hacia delante, sobre la orilla, mientas sostenía la cuerda pesadamente liada sobre su espalda. Inesperadamente, el barro cedió bajos sus pies, rebotó de lado, se escurrió por la húmeda vertiente hasta el manantial y se desplomó sobre la turbulenta hoya.
Oro para qué, dinero para qué, cuerdas para qué, pensaron los garimpeiros, mientras observaban la caída del avaro.
En una ola incontenible, el remolino le arrastró, mientras vociferaba: ¡ Una cuerda ¡ ¡ echadme una cuerda ¡ ¡ socorro ¡ ¡ ayuda ¡ ‘ una cuerda ¡ Siguió gritando...
Los garimpeiros, de pié sobre la orilla del manantial, no pudieron ayudarle; ninguno de ellos disponía de una sola cuerda.

Robertboresluís@hotmail .com
P.de A. 10-10-1994

FABULACIÓN DEL FUEGO O LA VERDAD DE UN CUENTO

Mientras la noche escondía la fruición del deseo, el dormitar del insomnio, la sorpresa y el susto, la muerte escurridiza hermanada con el azar, como un negro presagio el aullido resonó en todo el bosque. Sonó como un tembloroso rumor desconocido, tan extraño como agobiante.
---.Será el lobo, -dijo el conejo- asustado.
--- El lobo no, -sentenció tajante el jabalí,- que le conocía bien,
----Es un ulular más intenso, lejano, pero mucho más largo, inacabable- afirmó el zorro- ; no es el lobo.
---Dejaros de cháchara – terció la tortuga, cansada de buscar agua- lo que hace es calor ¡ mucho calor!.
---Ese aullido es el viento de la tormenta de verano al rozar entre los riscos de la montaña – habló el altivo ciervo-.
---No, no es sólo el viento- aventuró el silencioso lince de mirada penetrante.
Y la noche, junto a la frialdad del alma muda de la bestia, siguió reinando sobre resplandor y penumbra, halo y destello, silencio y ruido, sobre conciencia e inconsciencia; entre el golpe y el eco sorpresivo.
Al amanecer, la ardilla, encogida por el desconocido e inesperado rumor, agitó nerviosa los largos caireles de sus puntiagudas orejas. A su lado, el oto, el viejo sabio que lo entendía todo, con un movimiento pendular de su estremecido cuerpo, movió los párpados de sus ojos imperturbables – no sé, no sé, susurró dubitativo...
Luego de contemplar el inusual gesto del búho, el zorro, la ardilla, y la tortuga, no consiguieron reprimir su creciente inquietud :
---Que hable, pidió la liebre.
---Que nos diga qué pasa – apoyó el rechoncho tejón.-
Después de retornar el silencio, el croar tembloroso de la rana les envolvió a todos, perdidos en la incertidumbre que acrecienta su temor, un temor cuya causa intuye el viejo búho ; es .-dijo.- como si el día rebotara en una amalgama de horas luminosas, sin claros ni transparencias. Una explosión de aire caliente, fuliginoso y pesante. ¡ El fuego ¡ retronó en su cerebro.
Pero la noche, a pesar de la luna que luce extrañamente blanca, es una rara noche de luminosidad rojiza , de una desconocida serenidad sin calma.
Cuando la perdiz y la paloma tiemblan en el nidal, protegidas entre el rastrojo, hasta hacía muy poco cimbreante espiga, la noche, el manto que sosiega la impaciencia, propicia la suerte, aumenta o sacia el apetito salvaje, rabioso y desbordado, borra de la enramada el aleteo sorpresivo, para extender de nuevo, un silencio tan duro como sonoro.
Arriba, en el roquedo, en el observatorio natural del hermano lobo, el mismo lobo, emula aquel aullido penetrante huido desde abajo, que huye escapado de la niebla.
---No es uno de los nuestros – les dijo a los otros lobos – observadores displicentes, esfinges impasibles, que siguen escuchando con la atenta frialdad de los más fuertes.. Ninguno de ellos se movió, ni preguntaron nada, ni Lobato, el jefe, consideró oportuno decir más. El lo intuyó, igual que el viejo autillo que mora en la densa espesura allende el bosque. Esperar, esperar, pensó, hasta que todos, acuciados por la desesperanza, comiencen a trepar.
Y así, la noche, la matemática negrura de las horas, paseará su sobra inviolable sobre penacho y tronco, charca y río, surco y besana, sobre la nava y la muga, barranco y llano. Sin prisas deseadas, su aura apacible, vestida de sosiego, palpará con los largos dedos de su blanca mano, la sombra sobre sombras de los cuerpos, las cosas y la nada.
No cazará esta noche la jineta, Ni hozará el jabalí en el légamo oloroso. Ni el raposo posará su paso afelpado sobre la piedra lisa, ni el conejo saltará sobre el mullido y quebradizo tallo de la hierba más fresca. No gazapeará la libre. Más, el lobo, dormitará con su sueño expectante ,tan leve como la misma levedad, sin que altere su sosiego la manada.
Se acabará la noche, la pupila fluorescente de su día, de un mundo intimo, maravilloso y tierno, desarraigado y duro, como la zozobra que anida hoy, en esos seres. El día volverá, si vuelve, que el lentisco abrasado ya estremece los primeros árboles; las llamas comienzan a ser ascuas.
Y así, la noche, rodando entre el segundo, el minuto, y la hora, marcará sin olvidos o demás omisiones, la desconocida historia de los instantes perdidos, ociosos o agrisados, de un viento ocasional y bien aprovechado. Negativo del alma de la bestia, alma sin revelar, que de verdad existe, aunque por su boca, no hable. ¡ qué bien expresan sus ojos cuanto dicen ¡
De noche y de día crepita la madera en un infierno que purifica de toda la ignominia el alma de la bestia, el alma irracional. ¿ El alma irracional ?
De pronto, el aullido del hombre lobo, sirena enloquecida, resuena estridente, penetrante, pero inerte. ¿ Dónde está la conciencia ? La razón ¿ dónde ?
Arriba, más arriba, cada vez más arriba ¿ Hasta dónde ?¿Hasta cuando? se pregunta Lobato.¿Qué clase de animal es este hombre que prende el fuego, para más tarde, aullar enloquecido para apagarlo ?
Llueve ¡ por fin ¡ La justiciera estación del tiempo acrisola la tierra. La lluvia empapa el pelaje del estremecido cuadrúpedo, huérfano de nuevo. Luego, después, más tarde, mucho más tarde, la noche mitigará el horror de lo impensable, la incertidumbre del pavor, la muerte incontestable; como mudo testigo de la solercia del hombre; de la bestia más excelsa.

Robertboresluís@hotmail.com
PdA l994

domingo, octubre 14, 2007

ROSTRO DE PAYASO Y CLIMA DE SOLILOQUIO

La calma caía como una circunstancia extraña. Solamente se oía el silencio. Reposado a la izquierda de la mesa del escritorio, en la segunda balda de la roja librería, hermanado con el propio silencio, su ilusión de centinela refuerza su presencia de frío hermetismo.
No obstante que luce un bombín de color negro de estilo inglés, su cara es blanca, tan blanca como el copo de nieve de la última nevada. Las cejas colmadas de color azul destacan sobre sus blancas conjuntivas y las pupilas negras de mirar sereno, no cesan de lanzar una mirada paciente hacia la lluvia.
El mismo cerco azul aprisiona los rojos labios, igual lo hace la nariz de cereza, en un intento de sonrisa que nunca llegará a risa. Sobre la mejilla derecha aparece solitaria una mancha enrojecida. Sobre su garganta destaca un cuello de camisa de grandes dimensiones, con cuatro cuadros blancos, tres azules y dos rojizos que se desprenden del nudo de lado a lado. Igualmente luce el azul en la solapa aunque, la americana, tiene una tonalidad de zanahoria.
En esta figura se han detenido unos ojos, unos ojos que no cesan de buscar los motivos y razones de una escritura, un intento por llenar el frío papel reposado sobre la mesa. A veces, el papel, puede ser de color blanco, y en otras muchas ocasiones de un azul claro menos hiriente, no obstante que no cesa nunca de seguir hiriendo, en tanto las ideas siguen luchando cuando han decidido nacer.
A la izquierda de la mesa, situados en la segunda balda, relucen los lomos dorados de autores como son: Honorato de Balzac ( Ilusiones perdidas ) Margarite de Valois ( El heptameron ), y Paúl Feval ( Los amores de Paris), entre muchos otros. El payaso, en su intento por defender la cercana intimidad de una pequeña parte de escritores famosos, sigue apareciendo como lo que es: un escéptico payaso estático.
Otro par de ojos, adormecidos en su romántica mirada, proyectan el frío escondido en su intento creador; aquel desconocido afán que ha de llenar la página. Son los ojos del escritor que no cesan de observar el hermetismo hermanado en la contradicción de sus propios secretos, aquellos que no entendió cuando debió haberlo hecho y que, de alguna manera, ahora los comprende..
Hoy comprende que nada más las respuestas tienen sentido. Hoy entiende que sólo las respuestas tienen sentido, no las preguntas, pues al final cada uno, responde a los hechos de su vida. A veces con la fuerza de un titán, desconocido, pero gigante. Otras veces, las repuestas son de enano, diría que de cobarde escondido entre las sombras. El recuerdo impreciso, el rencor subjetivo desfigurado por el paso del tiempo, por un temor indefinido, que sin motivo, o sin razón de ser, retorna.
Una sonrisa de cielo, una sonrisa que, en su momento, no entendimos, que no fuimos capaces de creer en ella, porque no podíamos, porque una era el instante de una negra traición.
Demasiadas veces permanecemos inertes, muy a pesar de disponer de suficiente valor, sabiendo que podemos ganar la batalla, no la entendemos suficientemente digna.
Así se nos carga el alma con los plomos del olvido los cuales no llegarán a fundirse en el momento que la rítmica del sentimiento nos repite “ tu recuerdo, que ya pesa en mi olvido, todavía resuena “. Dentro del corazón, cuando todo se ha quemado, ni la ceniza no es capaz de borrar la prolongación de aquella viva imagen. Horas sin noches, días sin horas tragedia y felicidad unidas en el silencio.
Este payaso escéptico, incapaz de entender por qué razón llora cuando se ríe, no vivirá nunca un nuevo amor aristotélico en lugar de un amor de soberanía platónica.
Nada es bueno o malo, todo es como es; no es lo que esperábamos. Así, también nosotros, vestidos de payasos, despreciamos el límite de los novicios vestidos de divina inocencia. Por miedo al sufrimiento, casi siempre, por miedo a matar a aquel o a aquella, que de otra parte, nos ha querido siempre. Tu recuerdo me pesa en el olvido.

Robertboresluis @hotmail.com
15-09-2005

MONÓLOGO DE UN ARTISTA DE CIRCO

Nueve gatos?. Quieres decir que no son demasiados ?- se preguntaba-. Y qué debía hacer, trabajar con siete u ocho.? Es lo mismo, con el trabajo que me dan, compensan sus actuaciones. Ahora ya los tengo entrenados y lo hacen bastante bien.
Así pensando, mientras intentaba seguir manteniendo los recuerdos en el buzón de su alma, unos recuerdos que de nuevo le arrastraban por los infelices y nunca olvidados caminos de una dura y triste infancia, se decidió a encender la estufa del viejo remolque. ¡ Madre que frío ¡ se iba diciendo, en tanto que rodeado de gatos negros, se le hacía imposible la realidad de aquella temperatura tan fría.
Salid hombre, venga va, huid de aquí. Tu peluda, apártate de esa maldita puerta, le gritó a la Melina, la gata más voluminosa de todas. ¡ Madre mía qué frío ¡ siguió repitiendo - en el mismo instante que observaba el termómetro colgado en el exterior, detrás de la misma puerta. ¡ Caramba ¡- no puede ser – Debe estar estropeado, ¡cuarenta bajo cero¡...
Ocho gatos y la Melina preñada. Y eso que tuvo mucho cuidado en no aceptar ninguna hembra. Son las doce de la mañana. Hasta las diez de la noche, hora en que empieza la función, tenemos tiempo suficiente. La bolsa del pescado rodeada de gatos, y a pesar de la baja temperatura, qué olor tan desagradable. Venga gatitos, vamos a comer y enseguida nos vamos todos a la cama, hasta las diez...Pero los gatos, por causa del hambre, con más intensidad cada vez, no paran de maullar.
Las páginas del diario, que no había llegado a leer, las fue repartiendo por encima de todas las maderas, unas arrugadas hojas de un semanario alemán con una de sus fotos en la sección de espectáculos. El artista de los gatos, le dijeron que decía aquel título, el cual terminó por mirar con atención, para depositarlo en su arrugada cartera.
Los trozos de pescado encima de las hojas del periódico, las gatos encima del pescado, las sardinas por encima de los mismos hambrientos gatos. ¡ Madre qué hambre!...El frío, se respondió, seguro que es por el frío. A continuación, un poco desganado, abrió su bocadillo integrado por una especie de butifarras, de las llamadas “Frankfurt”, para untarlas con abundante mostaza y enseguida, una vez abierta la cerveza, en tanto sonreía, gritó “aine biar” a pesar de que nunca llegó a saber si lo pronunciaba bien.
Ahora, en este camastro, ya no cabe nadie más. Ya somos diez. Bueno, vale, rodeadme pero no me piséis. A los pies de la cama, el Rancio, arañando la manta, se afila las unas. ¡Qué haces viejo ¡ no ves que lo desharás todo. Vaya frío, -siguió rezongando- mientras seguía tiritando como unas castañuelas. Bueno, bueno, en un intento por conformarse, dentro de una semana cobraremos en deuchtlansmarcs, que son ochenta y cuatro pesetas por marco.
Antes del euro claro, pero entonces volveremos a casa, eso si no nos alargan el contrato o bien, nos contratan de nuevo para realizar otra gira. Tan pronto lleguemos, compraremos una casita y todos tendréis un trocito de verde jardín. Mientras seguía hablando, los gatos, continuaron lamiéndose sus humedecidas patas. ¡ Dios que frío ¡. Y después, después, seguidamente, luego, más tarde, bueno, pues...hasta terminar en un largo e indeterminado susurro.
¡Günter¡ dónde está ese maldito domador del número de los gatos ?-se oyó desde la entrada de la carpa- No lo encuentro por parte alguna, nadie lo ha visto, respondió el llamado Günter; nadie lo ha visto desde las doce del mediodía, repitió la nerviosa voz. ¡Desgraciados! id al remolque, enseguida.
¡ Achtung ¡. Atención señor de los gatos, calla, la puerta está abierta. ¡ Señor de los Maullidos ¡ dónde está...Mira como se ríe.. ¡ He! hay que darse prisa, estamos a punto de empezar, rápido, rápido, terminó la voz.
Los gatos tampoco se mueven. Maullidos sigue riendo, dulcemente dormido, dulcemente feliz.
Quizás pensando en los marcos, que había de cambiar a ochenta y cuatro pesetas, cada uno ?


Robertboresluis@hotmail.com
18-08-2007

domingo, septiembre 30, 2007

¿ QUÉ ?

Antes de seguir, con la determinante intención de obviar ese pronombre relativo, como mínimo he y debo de agradecer, la atención recibida hacia mis modestos escritos, por parte de mis amables y pacientes lectores. Quiero pensar también en la posibilidad de ofrecerles unos momentos de distracción, de placer o simplemente de recreo.
Alguno, concretamente uno, opina de forma un tanto diferente, para señalarme el exceso, dice él, de pronombres relativos empleados en mis escritos. Me da a entender de forma contundente la digamos, incapacidad de mis escasas posibilidades como escribidor..
Aceptar por mi parte, la formación universitaria de este comunicante, no me supone ningún problema, principalmente si, como lo ha hecho, acepta la calidad de mis diálogos como “muy aceptables.”
Y hablando de diálogos, tengo entre otros en mi librería, una de mis obras titulada Diálogos aparentes. La última y definitiva presentación a un concurso literario, compuesta por tres ejemplares, con las referencias de registro 163/A- 163/ B y 163/ C, para más señas. No figuraba mi pseudónimo actual, lo presenté en nombre propio.
Debo poner de manifiesto la no nominación, ni tan solo como finalista.
Pero... si considero conveniente poner en evidencia un singular detalle. En las clasificadas como A y B, se pueden encontrar 128 páginas, cuando en el ejemplar C, aparecen 109. Es decir; han desaparecido 17 páginas.
En el plazo establecido para retirar los ejemplares, la entonces Administradora de una Orden Religiosa muy conocida con residencia en Madrid capital, me hizo el gran favor de retirar los tres ejemplares, para cuya gestión presentó la preceptiva autorización redactada por mi parte. Me cuesta llegar a imaginar en la posibilidad de una desaparición de ese gran número de páginas por la actuación de tan amable y estimada religiosa; mi propia prima Encarna. Imposible de creer.
No obstante, aunque no deja de sorprenderme, casi lo entiendo. Una de mis poesías, escrita alrededor de treinta y cinco años antes, ( en estos días se cumplen cincuenta ) titulada “Tres estrofas de ocaso” partícipe de otro concurso con sede en Barcelona, cuyos ejemplares retiré personalmente, apareció digo, en La Vanguardia en el espacio dedicado a la crítica literaria. “ como la creación de un poeta clásico moderno”. La tercera estrofa de una sola poesía como ejemplo de todo un poemario. Después de vanos intentos por mi parte para poner en evidencia el plagio, un famoso escritor, (r.i.p.),por distinto motivo se atrevió a calificarme como un “lumpen literario”. Por no pertenecer a ninguna capillita literaria, digo yo. ¿Cómo no voy a seguir recordando al excelentísimo Camilo José Cela, mi más admirado luchador cuyo retrato cuelga en la pared de mi despacho junto al igualmente admirado Rabindranath Tagore ?
En sexto de Bachillerato, un Director se apropió de mi primer libro de poesías, para devolvérmelo cuatro meses más tarde, con la promesa de presentarme en una importante Institución; el Ateneo de Barcelona ¡Esto es lo tuyo muchacho¡ sigue por ahí... Hombre, alguna medallita si tengo... pero, en mi opinión, debió decirme, no sigas, es inútil. Seguramente, como les ha sucedido a más de un entendido, se hubiese equivocado. Vine al mundo el día seis de Marzo de 1934, el mismo día de “Gabo” pero se me adelantó unos años. Será el destino.
Y finalmente, expresa y deliberadamente, voy a terminar por escribir, el pronombre relativo considerado por mi comunicante, como el más vulgar de todo los pronombres relativos de nuestra gramática.
De ustedes y para ustedes con la mayor consideración.
Escribir. ¡Qué vergüenza!

RobertBoresLuis@hotmail.com

25-10-2007

QUIÉN TIENE RAZON

Hace poco tiempo escribí un comentario acerca de un estudio que habían realizado unos destacados científicos matemáticos que trataba sobre un sin fin de ecuaciones para determinar por qué se mueven las mesas. El lector podrá, si lo desea, encontrarlo en esta mi página. Quiero aprovechar este momento para agradecer todos los comentarios que me han sido enviados por los amables lectores de ese y otros escritos. Muchas gracias por su amabilidad y por animarme a seguir escribiendo.
Anteriormente hice otro comentario, el cual de momento no he impreso, sobre la felicidad que. según una joven, nos producía la mentira.
No sé si la edad nos hace más o menos sensatos. Lo que si parece cierto es que, con ella, nos vamos acercando cada vez más hacia la “erudipausia.
Pero lo sorprendente, lo realmente sorprendente, es la innegable evolución de nuestros conceptos, unos conceptos que, en la juventud de hoy, traspasan ya el idealismo equitativo. Vean este singular ejemplo:
“ Si compramos un animal con pelo de gato, patas de gato, y bigotes de gato difícilmente nos encontremos con un elefante “ ¡ Toma ya ¡ Sin embargo, sigue la cosa, en la vida cotidiana nos asombramos cuando el animal maúlla ( en este caso yo hubiera escrito marramiza) ”Nos imaginábamos otra cosa. Esperábamos un hermoso canto de pájaros o un fotográfico despliegue de pavo real.” Parece ser que era un gato Créanme, ahora si que me he perdido.
A continuación sigue un concienzudo divagar sobre la realidad, esa realidad que, a pesar de moverse sin cesar a nuestro alrededor, parece que no somos capaces de llegar a entenderla, en ninguna de nuestras reales circunstancias.
A continuación, la autora, pretende una ilación entre el gato, “cuando huele a gato, cuando come comida de gato y cuando salte por los techos “ como un gato”.
El caso es que esta, extraña relación con un ser extremadamente alejado de nosotros, ya saben ustedes que los felinos son muy suyos, muy particulares, reservados y desconfiados, no puede llegar nunca a un entendimiento, ni tan siquiera parcial. El gato solamente espera al ratón; para comérselo. Y es por ello que no podemos algo más tarde, quejarnos ni lamentarnos de su exclusiva necesidad por conseguir la presa.
¿Quién tiene pues razón ? El gato, evidentemente. Y como ese gato, todos los lobos vestidos de cordero, quienes sistemáticamente, buscan la presa más fácil de cazar.
Todo lo que no sabemos sobre nosotros mismos no es ignorancia, es la ilusión de encontrar del modo que sea y a la mayor brevedad, a nuestra alma gemela. Rápidamente, sin mirarnos a los ojos, sin entender el impacto de la emoción nueva y desconocida que resuena en nuestra inestable alma.
Claro es que, siempre nos queda, la conocida y repetida, posibilidad de lamentarnos. Un claro ejemplo que atestigua la confusión creada al confundir un simple gato con un elefante gigantesco.
Como vamos a pedir que nos amen si no empezamos por amar, como nos van a comprender si no comprendemos, por qué van a ser sinceros con nosotros si no somos capaces de sincerarnos con los otros, por qué siempre esperamos que nos den sin dar nada. Y lo más importante “ por qué razón nos empeñamos en hablar con aquel que es incapaz de entendernos “
No recuerdo quien escribió la cita que sigue la cual no deseo dejar de escribir; “razón, razón cuando dejará de vencerte el corazón.”
Sigo creyendo que, el amor, no se compra ; se da o se merece.

Robert Bores Luis
15-09-2007

domingo, agosto 26, 2007

CUANDO NO SE QUIERE SER NADIE, NO SE ES NADIE

Como siempre y como si nada pasara o hubiera de pasar, por muchos razonamientos o conceptos que en su cerebro se registraran, ignorante de todo, alejado de todo, de la luz, del pensamiento, de la razón, incluso de la música, el arte o la misma poesía, iniciaba el camino de su nuevo día, pensando solo en si mismo, para hacerse presente en las imprecisiones de su propio presente; el gusto culinario, el regusto del vino de la bodega huido, la proximidad de la fémina, aquella que desenfadada y deleitosa, le servía el pescado caliente en las bandejas y los platos de una cocina ardiente, envuelta en nubes de humo, rellena de sabores, de aceite requemado. Salido de la mina donde el grisú explotó !Nihil mirari ¡-no maravillarse de nada- se repetía siempre. Sólo esa frase que recordaba de un cura franciscano que le salvó la vida después de la mortífera explosión, una explosión que, a pesar de todo, perdonó a cuatro compañeros encerrados en aquel averno pavoroso de la más negra profundidad, vivía en su cerebro. Después de treinta y cinco años en la mina, después de tantos sueños olvidados, luego de tantas ilusiones rotas, aún más, desmembradas Pagano, que así le llamaban los compañeros, por que no creí en Dios, ni en nada que sonara a celestial, incluida la fe, el remordimiento, o la paciencia filosófica, y no el epicureísmo, como tampoco la noción de Apocalipsis que los como él cercanos a la muerte, nunca terminaron de soñar. Se tiene todo cuando se tiene todo, pero cuando se está a punto de perderlo todo, ha llegado el momento de desearlo todo. Pero el que no ve nada, aquel que no tiene nada, por ignorar todo cuanto existe de verdad, no sabe casi nunca lo que quiere, por que no ve ni intuye. Y así proporcionalmente provecto a sus ansias corporales desmedidas solamente el deseo corporal del humanoide le lanza a la búsqueda desenfrenada de los placeres, conocidos o desconocidos, que vacían todavía más, la dignidad de un cuerpo con cerebro. Nada de responsabilidades, nada de proyectos, nada de sentimientos, solamente el deseo incontenible de vivir la vida, perdido en los supuestos placeres materiales, por más cortos, extraños y vulgares, que la realidad dibuje. Vivir así, tan sólo por vivir, eso no es vida. Pero Pagano mantiene su cerebro anquilosado en el miedo que nunca superó, un miedo terrorífico, un temor invivible, que le persigue siempre y no le abandona nunca. Seguía viviendo en la oscuridad que le encerró en la mina y aunque la luz ilumina con timidez su alma, no llega a encender el sol de su conciencia; esa luz se ha fundido. Comer y beber hasta que muera es pura decisión del tal Pagano. Pero la vida es otra dirección tangencial, que se cruza ante los ojos ya cerrados, puesto que la vida termina cuando cesa sin más interferencias que la muerte, esa que sigue caminando detrás de todos nosotros como sombra incansable, inabatible. ! Nihil mirare¡-oyó detrás de sí inesperadamente una mañana. Tú eres Pagano? ¿ Quién me llama?- respondió sin ni siquiera volverse. Soy solamente un cura- replicó el franciscano. Perdone padre- pero no le conozco. ¿Estás seguro? Repitió la voz. Y cuando se volvió para descubrir al hombre que le hablaba, se le escapó la risa. Una cínica risa tan fría como la indiferencia del agnóstico convencido que nunca aceptara otra visión que no sea la suya, la propia, la deseada por encima de cualquier otra posibilidad, que se aparte de sus preferencias materiales, ausente del confortable sentimiento de amistad que une a las pacientes almas que siguen el mismo camino que ha de acabar en muerte. En una muerte sorpresivamente dulce, colmada de esperanza, segura de recibir el mismo bien y la misma bonanza de espíritu que, aunque envuelta en las incertidumbres presentes en el esfuerzo personal, les brindó a muchos otros. Yo soy - siguió hablando el franciscano - “ la vera effigies del amigo “ dando a entender la importancia de la relación interesada por el otro, esa intención difícil de apreciar por cuantos la reciben de forma gratuita. -! Déjeme padre ¡- casi gritó Pagano. Y siguió su incierto camino, sin árboles, ni flores... ni camino. Enseguida, a muy pocos pasos, como si fuera un rezo, se oyó la voz del cura; “cuando no se quiere ser nadie, no se es nadie. Y todavía más “tractu temporis convalescere non potest. ( Lo que es absurdo desde el principio y nulo no puede hacerse bueno con el tiempo ).

Roberto Bores y Luís

05-04-2004

UN ABRAZO MISTERIOSO

Mi vida de infante triste

Rompió en sollozos un día.

Qué pocos años tenía

Cuando de pronto te fuiste.

Memorable lejanía

Vivo recuerdo cercano

Te veo todavía

Tendiéndome la mano

En viejo mimbre sentada.

Cómo lo he sufrido todo

Sin poder entender nada.

Te recuerdo en el jardín.

Sabes, yo te sigo viendo

Joven y enferma latiendo

Junto a la flor del jazmín.

Ay ¡ pena, penita ajena.

Luego de tanto dolor

Se me nubla la razón.

Por qué no olvido la escena

Que más agranda la pena

Dentro de mi corazón.

Ángulo de mi retiro

Tan colmado de recuerdos

Donde tan triste te escribo,

Cómo he de vivir sin ti

Si todavía no vivo.

La luz del atardecer

Que tu retrato ilumina

Jamás me dejó entender

El doliente padecer

Del llanto de tu pupila.

Amor que la eternidad

Ya detuvo en tu regazo

Me recuerda paso a paso

Tu dulce maternidad.

Quién me ha enviado un abrazo

Has sido tú ¿ no es verdad ?

robertboresluis@hotmail.com 18-09-2002


PRISA POR LLEGAR HABÍA.

Una mañana muy fría

cerca del amanecer

cuando la luna lucía

sobre el agua por llover

una familia gitana

lloraba su padecer.


¡Ay ¡ tan bueno como era

¡ay¡ por qué le pasó a él

gime una moza morena

a quien llaman Isabel.


El “Manu “el primo de la Isabel

recibió dos puñaladas

que terminaron con él.


Los dos calés más fornidos

subieron la caja a un carro

por un jamelgo arrastrado

careto, rocín huesudo

más jabonero que roano,

flaco, ruin y mal calzado.


Los gitanos no eran muchos,

dieciocho más o menos,

iban todos compungidos

estremecidos y tercos.


El campo santo a dos leguas.

Los dos de la funeraria

sin haber desayunado.

Prisa por llegar había.


Y mientras el conductor

de la ruinosa carreta

a la bestia iba azuzando

los gitanos tras de ella

siguen su paso ajustando.


La luna se había perdido

y el sol, de recién nacido,

iluminaba la vida...

Prisa por llegar había.

A poco, con visos de sobresalto,

el caballejo cansino

que pone su ritmo al trote.


Cabreo de los calés

La “Paca” que está redonda jadea

y un churumbel en sus brazos

murmura y contiene el llanto.


El “Tato” va cojeando

con su niño de la mano,

va cansado, va sudando.


Qué pasa “Manué” dice Antonio,

Qué va a pasá dice el “Manu”,

que está más cerca del carro,

que el carretero es un guarro.


Retabul del taran tantán

¿ qué va a pasá ?

Que estamos en Villalpando

y el carro se está escapando...

Roberto Bores Luis

14-10-2003

EL ÚLTIMO ENCUENTRO

Aunque pertenecía a una familia numerosa religiosa y creyente, cuando primos y hermanos profesaron, no fue capaz de hacerse religiosa. Cuando se hizo mayor siguió viviendo con el complejo de la niña que fue siempre, una niña muy querida pero sin carantoñas ni besos paternales, envuelta en un concepto de austeridad siempre presente, que le hizo sentirse olvidada en un ambiente tan real como intranscendente. Había deseado sentirse más querida a pesar de que sus familiares, según ella, seguían manifestando un aprecio de manifiesta lejanía. Siempre fue la segunda, a veces la tercera, la sufridora innata, la poseedora de un valor supuestamente secundario. Lo había aprobado todo, cumplió con todos sin pedir nada nunca, y a pesar de su entrega no le sirvió de gran cosa. Desde su pubertad vivió inmersa en la esperanza de su amplio concepto del deseo de ser amada. Y todavía más, en la esperanza de ser algún día comprendida. Hay vidas ejemplares que se diluyen en limpios deseos colmados de afanes inconcretos, que no llegan a ser realidades. En su opinión pasaba su juventud quemando el tiempo en su entrega total al uso y concreción del interés de los demás, de las decisiones de los otros, los cuales aún contando con ella, colmados de verdades absolutas, nunca reconocieron ni su entrega y mucho menos su valía. En su lacerante soledad, soy la secundaria, se repetía siempre. Siguió pasando el tiempo, inexorable y lento, como una razón sin causa determinada, sin razón de destino Los años transcurridos ya sumaban cuarenta. sin haber conseguido colmar su inocente afán de sentirse querida. Su cuerpo se había adornado de grasa inútil, para negarle la sutil agilidad del movimiento airoso, el cual retaba a la altura de su imagen al concentrarse en un vaivén más sinuoso. Naturaleza injusta decía ante el espejo muchas veces. Más tarde, cuando se habían cumplido diez años de mayordoma entregada al servicio de su tío conoció a un profesor de literatura, otro ser solitario sin esperanza clara de futuro. Su tío, cariñoso y lejano a la vez, ya le había advertido que “ hay amores que matan “ Ella, la doncella inocente, como los deseosos inocentes de sed incontenible de bebida de otras gentes, que no entienden que cosa han de beber para saciar su sed irreprimible, aquella que les llevará sin pausa a la derrota, no quería beber aunque quería. Seguía enamorada cuando un atardecer, ausentes como siempre de besos y caricias, se dijeron adiós, hasta mañana. Un mañana impreciso, inesperado, un mañana inexistente sin intención ni hora. Hasta mañana. Entre las sombras de un incipiente atardecer, dos almas, se perdieron. Pero él volvió inesperadamente, para decirle algo que nunca llegó a justificar su inesperada presencia. Se le acercó corriendo, como persiguen las liebres al conejo, o sea por detrás, insistiendo como se insiste en la acción depredadora, en la urgente necesidad de triunfo pasajero sin acuerdo, una ocasión aleatoria entendida como imposible de repetir. La fría realidad de la ocasión resulta siempre trágica. Era tal la oscuridad que no pudo encontrarla. El solo deseaba decirle que no podría acudir a la acordada cita de mañana, pues con motivo de una conferencia en el Instituto de Enseñanza Media su lugar de trabajo, se le hacía imposible cumplir el compromiso, y que en cualquier caso, el encuentro debería ser más tarde de la hora acordada. De repente, una ventosidad huracanada huida de delante, rebotaba en otros aires de silencio. No volvió a verla. Cuando ella se enteró, se sintió segura de decidir entre otras cuestiones de tipo sentimental, si la educación recibida obedecía a cuestiones morales o religiosas. Se dijo que sí. que seguiría compuesta y sin novio. Qué remedio. -

ROBERTO BORES LUIS

22-09-2005

domingo, agosto 12, 2007

EL HOMBRE DESNUDO

Deudor de nada y generoso en todo

En medio de esta bola que se mueve

Olvido, si es que olvidar se puede,

Ajeno a las mentiras y otros lodos.

La cabeza sujeto entre los codos

Cuando a poco la vida se hace breve

Sigue mi corazón latiendo leve;

En la serenidad que ansiamos todos.

Soy ruiseñor dormido entre las ramas

Un falso desarrollo incomprendido

En una sociedad llena de dramas.

En este falso Edén, mundo perdido,

Por donde se pasea sin pijama

Tanto mono genial; sin ir vestido.

robertboresluis@hotmail.com

7-09-2006

COMO CADA DÍA

Cada mañana, más dormido que despierto, se levantó de la cama sin ilusión ni esperanza. Salió a la calle desierta, sin ver a nadie ni a nada, caminando hacia la esquina cubierta de niebla y agua. Una moto, sólo una moto de un joven conducida por un casco, vacío seguramente, que pasando por allí en aquel mismo momento, acercándose a la acera, le salpicó de agua fría.

Sorprendido, sin la esperanza de que se detuviese, le gritó esa frase tan instantánea y española que recuerda a la santa madre de los otros, . Se sacudió el pantalón y las mangas de la chupa, pero el agua resbalaba entre cueros y zapatos. ¡ Hijo de... ¡ , volvió a repetir.

¿Qué te pongo? - le preguntaron cuando ya entraba en la tasca. Y él respondió con desgana, me pones lo que tú quieras.- Y luego sin hablar más, después de tragar el brebaje de anís, depositó sobre el mármol dos euros que eran franceses.

¡Cómo va ¡ se pronunció un cliente desconocido -Va como siempre, es muy raro, le aseguró el de la barra-

Los pasos de cada día, la calle de cada día, y un paso de peatones, tan raro que a esas horas de la mañana aparece vacío. Cruza con tiempo y sin ganas y, un perro que va detrás, muerto de hambre y escocido, se le mete entre las piernas, y da al suelo con el tío. ¡ Hijo de... ¡ insiste en repetir para terminar gritando –

Se levanta compungido cuando la sangre del perro, que por él ha muerto en vivo, enrojece sobre la acera. Sale a la calle la gente del dormido vecindario. Cuando llega la ambulancia y el coche de la perrera, sin entender qué pasaba, lo envían al dispensario.

No tiene nada, qué raro, ¡si el coche está destrozado ¡ comenta un facultativo

Algo mareado estaba, cuando un desconocido, a quién nunca había visto, muy triste y muy compungido, se dirige a él diciendo ¡Aunque haya matado a su perro, le juro que no le he visto ¡Se lo juro.¡

¿Y qué habrá que hacer ahora? - comentó por decir algo- con franca resignación.

-No se preocupe señor,- para eso está el seguro

Unos meses más tarde, le asignaron tres mil euros, sin saber si eran franceses o bien de otra procedencia, seguramente españoles, vete a saber, ¡ qué chorrada ¡

Y cuando cobró del seguro, aún debiendo el alquiler, los muebles y otras gabelas se interrogó con alivio ¿para qué trabajar tanto?

Pero dos días más tarde, se persona en la perrera; para adoptar un cachorro. ¿Cuanto valdría ese perro?

ROBERT BORES LUIS

4-04-2004