domingo, junio 29, 2008

UN TUERTO, UN DESCONOCIDO, UN BURRO

Una tranquila mañana que, se llenaba de la tibia dignidad del sol, gozando complacido en su deber cotidiano, un hortelano llamado el Valiente, trabajaba en su huerta cercana a una estrecha carretera, en las afueras del pueblo.
El eco del estrecho tubo de escape del motor de la motocicleta de Luis, un muchachote tuerto residente en el ya mencionado y cercano pueblo, atrajo su atención. Levanto la cabeza al tiempo de oír la voz que le gritaba.
---¡ Valiente ! ¡ te van a robar los melones.! ¡ Vigila !
--- No lo creas - respondió el Valiente-. No van a poder robármelos.
---,Ya verás como sí...se oyó entre el petardeo del silenciador de la moto que se alejaba lentamente hasta desaparecer.
El Valiente, que desde hacía algún tiempo, sospechaba de la reiterada presencia del tuerto, fue consciente ahora de la posibilidad de sufrir un robo. Al día siguiente, a la misma hora, la huerta se despertó con el ruidoso eco de la máquina, la cual nuevamente conducía el tuerto.
--,Valiente, te quitarán los melones – volvía a repetir-
Tanta insistencia por parte del muchacho, llevó al Valiente, a apostarse en su barraca, con la firme decisión de evitar el expolio y detener al insospechado ratero o bien a los insospechados rateros. Así, convencido de que, aunque el ladronzuelo no podía de ninguna manera ser el tuerto, con escopeta y manta, montó la guardia en el melonar.
La tercera noche, una noche de luna clara, se le hizo presente un extraño visitante, el cual cabalgaba un asno, equipado de alforja a banda y banda.
--, ¡ Alto ! - quién sois - gritó el Valiente al tiempo de encarar la escopeta.
--, Me he perdido, estoy perdido, hizo por fingir el caballero, amparado en la oscuridad de la noche.
--, Hacia dónde os dirigís – tronó de nuevo – la recia voz del Valiente.
--, Voy hacía el pueblo, respondió más tranquila, la voz del recién llegado.
--,Ah, bueno...seguidme.. ordenó el dueño del lamedal con una mal disimulada impaciencia.
Tras la espalda del escamado guardián, anduvo el pollino portando al desconocido en su estrecho lomo. Llegados a la carretera, encendió el hombre del borrico un cigarrillo mientras la llama relució un largo instante. El Valiente, que seguía delante, descubrió un continuado reflejo, pero al volverse, no fue capaz de descubrir los rasgos de la fisonomía del desmañado jinete. Pero el reflejo no terminaba de cerrarse en la cabeza del Valiente. Bueno, dos reflejos, un reflejo, ¡ qué más da ! terminó por pensar.
---,Seguid derecho -siguió hablando el Valiente -.girad a la izquierda y el camino, os llevará al pueblo.
---Gracias, muchas gracias. Qué suerte he tenido de encontraros. Por cierto – preguntó el perdido – en un intento colmado de solercia para alargar la conversación con un claro deseo por ganar más tiempo - ¿ qué hacéis en la propiedad a estas horas -?.
---,Vigilar los melones – ronzó el Valiente - en un tono que sonó rayano en el enfado. Váyase de una vez, que... tengo frío...
El supuesto extraviado, siguió la carretera y, luego de observar como el hortense desaparecía en la penumbra, giró a su derecha y fustigando al solípedo, se adentró en un bosquecillo próximo.
En ese mismo instante, se desató el murmullo jocoso y bien contenido de sus compinches, los cuales de forma diligente, colmaron de melones las alforjas del asno. En su solapada huída, la noche; los tragó.
El Valiente, sin reponerse aún, de la sorpresa que le había causado la aparición de aquel extraño personaje, sin sospechar el robo tan siquiera, se metió en la cabaña y luego de saborear un trago de seco vino tinto, se acostó.
Por la mañana, sonó el petardeo de otras veces... seguido del seco y breve estruendo de un cartucho.
El bizco sigue vive de milagro. A punto estuvo de quedarse ciego.


Robert Bores Luís
P.de A. 17-10-97
De, (Mis cuentos rurales.)

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