domingo, abril 08, 2007

EL REY

Y sus diez caballeros reunidos, silenciosos, pendientes de la solemnidad del acto y de las palabras del monarca que comenzaron con las expresiones de libertad, unidad, y derechos, Dirigiéndose a sus nobles caballeros dijo: Tomad vuestros caballos, visitad todo el reino, hablad con todos los ciuidadanos, anotad cuanto os digan, y volved a este trono con todos los problemas que cada sùbdito os cuente, padezca o sugiera. Obedecieron los caballeros y luego de despedirse del reinante galoparon sin tregua hasta el última confín del reino. Pasaron muchos meses, hasta que, un día, en presencia del Rey y sus ministros, la Corte, se reunió de nuevo. He visto la miseria en vuestro reino Majestad - dijo Manuel El Grande - ministro de Hacienda-. Decidme - respondió el Rey - quién es el responsable - de la gestión de las finanzas de este Estado? El Grande, no respondió. He podido comprobar la poca cultura de nuestros ciudadanos - dijo Juan El Tronante - Catedrático de la Universidad - Decidme respondió el Rey - quién es el responsable de la enseñanza del Estado? Juan El Tronante no respondió. He comprobado la falta de responsabilidad de los ciudadanos - dijo Juan El Valiente. Ministro del interior - Decidme - respondió el Rey - quién es el responsable de la aplicación de la Ley en este Estado? Juan el Valiente no respondió. Los ciudadanos no saben a quien han de dirigirse para resolver los problemas de su vida cotidiana, las enfermedades, la falta de asisténcia sanitaria. - dijo José El Primero ministro de Sanidad. Decidme- respondió de nuevo el Rey- quién és el responsable de ese Ministerio? José el Primero no respondió. No hay posibilidad de integración entre los súbditos Majestad- dijo Rafael Nomentero ministro de sociales.- Decidme - respondió el Rey- quién es el responsable de ese Ministerio? Nomentero tampoco respondió. Y así siguieron sin responder hasta diez caballeros antes de sentir la fría respuesta de su Rey. Luego, un poco más tarde, después que el Soberano les aconsejara que se retiraran y que en breve, le propusieran las decisiones oportunas para resolver los graves problemas de su Reino, cabizbajos y en silencio, se retiraron todos. Un día después, entre rigidez y bambalinas, se reunieron los ministros a fin de encontrar la solución de todos los problemas dimanantes de su escueta e inoperante función al frente de sus correspondientes ministerios. Juan el Valiente dijo que, no sabía por donde empezar puesto que el Rey no le había dado ocasión para justificar su proceder. Asintieron todos en el sentido de que no era posible tomar ninguna decisión hasta que el propio Monarca manifestara unos deseos concretos o toma de decisiones, antes de llegar a una solución fuera la que fuera. Se reunió el conclave de nuevo el Rey en su solemnidad volvió a preguntar el mismo que había preguntado la vez anterior, pero con un pequeño detalle - quien no haya encontrado una solución - que no hable, dijo. Se hizo el silencio, un silencio tan pesado que solo los truenos y la tormenta inundaron la regia estancia del concilio, y solamente los rayos y los truenos de aquella mañana, rompieron la posibilidad de mil dudas que nadie fue capaz de resolver. Se levantó el Monarca de su trono y gritó ¡habéis hundido mi reino! Tomad de nuevo los caballos y hasta que no encontréis una solución no volváis si no hay respuestas. Retornaron a la carga los ministros, decididos a encontrar su respuesta cada uno. Pasaron los meses y nadie regresó. Cambiaron los ministros, se mantuvo el estatus del Estado, y una noche un hombre solitario, al cual alguien había identificado como Rafael Nomentero, borracho en la taberna, rodeado de pedigüeños lloraba su infortunio, para terminar diciendo: por qué no habré sufrido el hambre que ahora sufro, para entender al pueblo y tomar las decisiones de mi cargo. Un envejecido contertuliano, consciente de su propia situación perentoria y avezado en mil luchas cotidianas para mantener su miserable subsistencia, inmerso en su fría realidad le respondió; ahora lo sabeis, la falta de decisiones termina siempre en el vino. Dicen las habladurías que el único que salvo su cargo fue Juan El Tronante, ministro de educación.
Roberto Bores y Luis
24-04-2006

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